La espiral de la libreta
Olga Merino

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Periodista y escritora

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Atruenan los tambores de guerra

Europa, en su parálisis económica y moral, no tiene fácil dar el do de pecho en Ucrania, cuando Rusia ultima un nuevo embate a gran escala. ¿Ha llegado la hora de negociar?  

El Primer Ministro de Ucrania, Denys Smyhal (izq.), y el Primer Ministro de Polonia, Donald Tusk (der.), en Varsovia.

El Primer Ministro de Ucrania, Denys Smyhal (izq.), y el Primer Ministro de Polonia, Donald Tusk (der.), en Varsovia. / Attila Husejnow

No sé si España es un país pacifista por un convencimiento bien articulado o porque la frontera con Rusia queda muy lejos. El caso es que el 60% de los españoles se muestra contrario al incremento del gasto militar (hoy el 1,2%) del PIB, mientras arrecian aquí y allá las arengas belicistas, como la de Donald Tusk, el primer ministro polaco: «Estamos en una época de preguerra. No exagero». En las últimas semanas, también se han expresado en parecidos términos tanto la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, como la ministra Margarita Robles. Por no hablar de Emmanuel Macron y su idea de mandar tropas occidentales a Ucrania; en política nada es baladí, y su retrato con los guantes de boxeo enfundados, en plan Robert de Niro en ‘Toro Salvaje’, pretende afianzar el mensaje de un presidente combativo, con músculo, dispuesto tal vez a sacar partido del dispendio armamentístico que se avecina. Francia, por cierto, es la segunda exportadora mundial de armas.

A todo esto, el canciller Olaf Scholz asegura, en una entrevista con un diario alemán, que se están desarrollando conversaciones con expertos de defensa de varios países, incluida Ucrania, con el fin de estudiar posibles escenarios para una paz negociada. Mientras, Vladímir Putin —su credibilidad no es precisamente un lago cristalino— tacha de «total disparate» las declaraciones occidentales acerca de que Rusia se dispone a atacar a Europa. Entonces, ¿qué deben hacer los Veintisiete en su estancamiento económico y moral? No hay respuesta sencilla en esta tesitura.

Sobre el terreno, dos años después del ataque criminal de Putin contra Ucrania, el panorama pinta más negro que nunca. Kiev esquiva la impopular tentativa de bajar la edad de reclutamiento y anda hambriento de munición, pues el apoyo europeo no se sustancia y la ayuda adicional norteamericana (60.000 millones de dólares) permanece congelada en el Senado por la oposición republicana (veremos en qué queda el plan checo de comprar miles de proyectiles artilleros en el mercado mundial). La dictadura instalada en el Kremlin, en cambio, no tiene problema alguno ni con el suministro bélico (China, Irán) ni con las tropas frescas, mediante mercenarios o levas por decreto. Ucrania no ha fortificado lo suficiente sus líneas de defensa (zanjas antitanque, campos minados, ‘dientes de dragón’).

Los expertos vaticinan que, tras el deshielo de la primavera y la temporada de los barrizales, Rusia emprenderá un nuevo gran impulso a lo largo de la línea del frente, un embate que haría parecer el estancamiento que se barajaba hace unos meses el mejor de los escenarios. Zelenski teme que el mapa actual, donde Ucrania ha perdido una quinta parte de su territorio y la mayoría de sus accesos al mar, se convierta en la base de una futura negociación de paz, pero «los peligros son ahora tan grandes que esta sería la opción menos mala» (‘The Economist’). Tal vez la única vía plausible sea sentarse a negociar en lugar de seguir alimentando la carnicería.   

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