La espiral de la libreta
Olga Merino

Olga Merino

Periodista y escritora

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Entre el palacio de Kensington y Sanxenxo

Detractores y entusiastas de la monarquía coindicen en la escasa tolerabilidad a la mentira. Unas gotas de información sobre Kate Middleton habrían ahorrado nocivas conjeturas 

Nuevo escándalo en torno a Kate Middleton: intentan acceder a su historial médico

“No es Kate”: siguen las dudas sobre las supuestas primeras imágenes de la princesa de Gales

Kate Middleton

Kate Middleton / Tom Jenkins / REUTERS

Ahora resulta que Kate Middleton tiene una presunta doble. Ese potaje anda cociéndose en las redes sociales después de que el diario ‘The Sun’ publicase, el lunes, las imágenes extraídas de un vídeo donde los príncipes de Gales pasean juntos cerca de Adelaide Cottage, su residencia en Windsor. El gallinero digital conspira con que no es Kate. Impugna que haya adelgazado tanto e incluso que cargue con bolsas si acaba de someterse a una operación abdominal. Ya estamos otra vez, lío sobre lío, la espiral especulativa alimentada por el secretismo de la casa real británica. Tanto misterio suscita la ‘desaparición’ de la princesa que el paisano que grabó la supuesta exclusiva con su móvil se ha llevado una buena morterada de libras esterlinas. Mientras, el periódico ‘The Times’, monárquico de chistera y chaqué, especula con que la primera aparición oficial tendrá lugar el 31 de marzo. Domingo de Resurrección, por cierto.

El retrato retocado de Kate Middleton con sus tres hijos fue una colosal metedura de pata. Tras el fallecimiento de Isabel II, parece que los ‘royals’ no saben por dónde les da el aire, si bien es cierto que el hábito de manipular imágenes es más viejo que Carracuca: Trotski desapareció de un plumazo de las fotos del Politburó y a la reina Victoria, la primera monarca británica en posar para una cámara, se le aplicó un revelado amable para afinarle la papada y la cintura. El problema surge cuando se tunea un ‘collage’ con tijeras y pegamento de barra en la era del «todo es mentira». Lo macanudo del caso es que haya sido el mentidero de las redes sociales, el gran lodazal del bulo, el ‘tribunal’ que ha destapado que la liebre era gato, en lugar de los medios tradicionales, garantes de cierta verdad, las raspas que aún restan. Curiosa vuelta de tuerca.

Tanto en la vieja Inglaterra como en España y en las «monarquías ciclistas» (la holandesa y las escandinavas) los contribuyentes se dividen en tres categorías respecto de la corona: los que la consideran un ente periclitado en el siglo XXI y querrían pasar página; los indiferentes, a quienes lo mismo les da ocho que ochenta; y los adeptos, para quienes la institución encarna a la vez símbolo, proyección y espectáculo. Unos y otros, sin embargo, convergen en la escasa tolerabilidad hacia la mentira. Creo que el palacio de Kensington ha errado la estrategia, pues alguna luz sobre el estado de salud de Kate Middleton habría suscitado más compasión que nocivas conjeturas. Y el mal de amores, ¿lo tiene? Ay, qué difícil el equilibrio entre la información y el derecho a la privacidad. En cualquier caso, ya no cuelan los cuentos de hadas y princesas: el cargo conlleva apechugar.

En casa también hemos cocido habas a calderadas. El 2 de junio se cumplirán 10 años de la abdicación de Juan Carlos I, ahora con un pie en Abu Dabi y el otro entre Ginebra y Sanxenxo. No deja de ser una anomalía. A veces me pregunto qué sucederá si la parca sorprende al emérito en la lejanía de los Emiratos.

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