Multas
Jordi Puntí

Jordi Puntí

Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.

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Un infierno subterráneo

En Barcelona hay un lugar que parece diseñado para deprimirte: el depósito de la grúa municipal

Servicio de la grúa municipal de Sant Cugat del Vallès

Servicio de la grúa municipal de Sant Cugat del Vallès

Todas las ciudades tienen lugares dolorosos, espacios que nunca quisieras visitar —oficinas del paro, hospitales, cementerios— y por eso intentan ser acogedores. Pero en Barcelona hay uno que parece diseñado para deprimirte: el depósito de la grúa municipal. La administración pública no hace ningún esfuerzo por disimular o ennoblecer el trauma que significa pagar una cifra exagerada de dinero para recuperar tu vehículo. Desde que llegas hasta que te vas, la escenografía te quiere aplastar, que pagues la culpa por un despiste —o ni eso: que alguien se haya aprovechado de tu buena fe.

Una vez en el depósito, primero te topas con la tristeza de las señoras que atienden en caja y deben lidiar con la rabia de los ciudadanos que abonan la multa. ¡Qué mirada más gélida! Ojalá ganen un buen sueldo para soportar ese infierno subterráneo. Luego viene el paseo por el parquin para rescatar tu coche, asustado como quien libera a un amigo indefenso en un secuestro exprés. La visión aterradora de los vehículos llenos de polvo, como embalsamados, que hace años que su propietario abandonó; el horror de los coches siniestros y siniestrados en un accidente; las motos con las ruedas deshinchadas, los vehículos con matrícula extranjera...

Todo este periplo traumático te hace sentir víctima de un ayuntamiento que ve Barcelona como un negocio. Pienso en los vecinos del barrio de la Ribera que —como yo— debemos convivir a menudo con filmaciones, competiciones atléticas y cabalgatas infantiles que inutilizan el aparcamiento para residentes, al tiempo que nos ponen trampas para que la grúa se lleve el coche. Una grúa, por otra parte, que quizá debería tener más complicidad con los vecinos y ser más implacable con los turistas que aparcan en las plazas de los residentes. Por no hablar del lujo reservado a los trabajadores de los juzgados en el paseo Lluís Companys: magistrados y funcionarios que gozan del privilegio de aparcar (gratis) donde quieren. Un abuso a la vista de todos (y, por cierto, con lo que voy a cobrar por este artículo pesimista no pagaría ni la multa entera de la grúa).

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