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Josep Maria Fonalleras
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La malignidad en la banalidad

En 'La zona de interés' no se ve el interior del campo de concentración: accedemos a él a través del sonido, de los gritos, del fuego en el crematorio, alejado, pero tan cercano a la familia que vive en ese paraíso rodeado de cenizas humanas que se esparcen como partículas de polvo

Crítica de 'La zona de interés': el paraíso en el infierno

Sandra Hüller interpreta a Hedwig Hensel, la esposa de Rudolf Höss, comandante jefe de Auschwitz.

Sandra Hüller interpreta a Hedwig Hensel, la esposa de Rudolf Höss, comandante jefe de Auschwitz. / EPC

Hay películas y obras de teatro de las que sales sin haber decidido aún si te han gustado o no. Necesitas una cierta distancia, una evaluación de los pros y contras, la incursión de pensamientos ajenos que te proporcionen comentarios para descifrar lo que acabas de contemplar y todavía no sabes definir del todo. Me ocurrió, por ejemplo, con 'La zona de interés', el filme de Jonathan Glazer que retrata la vida cotidiana de la familia Höss, la pareja de Rudolf y Hedwig y de sus cinco hijos. Cabe decir, para quien todavía no lo sepa, que la plácida existencia de la familia Höss limita con los muros de Auschwitz. Rudolf trabaja allí y, cada día, monta a caballo (un caballo que adora y que trata con ternura) para recorrer los pocos metros que separan su jardín del campo de concentración. Justo después de ver la película topé con Imma Merino, profesora de la UdG y una de las críticas de cine más interesantes que conozco. Hizo una disección apresurada del filme de Glazer que me dejó aturdido, justo cuando trataba de responder a la pregunta inicial. En el fondo, me rondaba por la cabeza la conocida polémica (que surge siempre en las obras destacadas sobre el nazismo) que formuló Claude Lanzmann sobre el Holocausto. No puedes acercarte si no es con una reverencia extrema, con una extrema pulcritud en cuanto a la representación de todo lo que ocurrió allí. Enseñar los campos, las cámaras de gas, los hornos crematorios es caer en la banalización de la tragedia, que es irrepresentable. El ejemplo más claro es el afamado documental de Lanzmann, las diez horas de "Shoah", una "sucesión de instantes puros" que se basa en la memoria de los supervivientes, de las víctimas, de los verdugos. Sin voz en off, sólo palabras dichas, sin imágenes de archivo, sin convertir la cámara de gas en un escenario. En 'La zona de interés' tampoco se ve el interior del campo: sólo accedemos a él a través del sonido, de los gritos, del fuego en el crematorio, alejado, pero tan cercano a la familia que vive en ese paraíso rodeado de cenizas humanas que se esparcen como partículas de polvo. Cenizas que se utilizan para abonar las azaleas.

Ahora, Imma Merino ha publicado un artículo demoledor en L'Avenç del mes de febrero. Se llama 'Al costat de l’infern' y explica con argumentos todo aquello que ese día trató de decirme en privado. El principal, una duda. ¿Qué prevalece en la mente del cineasta, "la convicción moral o la apuesta por un dispositivo formal"? Cree que la “retórica formalista”, la frialdad con la que se nos presenta esta sala de estar del Holocausto, el asesinato en masa entendido como un trabajo rutinario, es inquietante, porque valora más la estética que la lacerante herida ética. En todo caso, en 'La zona de interés' percibimos lo que decía Lanzmann: “El reino de la muerte había triunfado”. Al contemplar la vida 'normal' de los Höss no estamos cerca de la banalidad del Mal, el ejercicio burocrático, sino más bien de una malignidad que se apodera de todo lo cotidiano y banal, de las azaleas y los juegos infantiles. Cualquier gesto es un gesto sin piedad.

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