Tras la guerra en Gaza

Irán ataca y se lía

El principal problema para Teherán es que su afán por demostrar su voluntad de resistencia ante sus múltiples enemigos puede meterle en un proceso que le lleve a sufrir represalias insoportables

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Crece la tensión entre los vecinos de Irán

Crece la tensión entre los vecinos de Irán / Agencias

Jesús A. Núñez Villaverde

Jesús A. Núñez Villaverde

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Todo parece indicar que a Irán ya no le basta con activar sus variados peones regionales contra Israel y Estados Unidos, sino que se muestra decidido a intervenir directamente con sus propios medios -como acaba de hacer en Siria, Irak y hasta en Pakistán-, aunque no sepa muy bien a dónde puede llevarle una apuesta militar que excede sus verdaderas capacidades.

Hasta ahora habíamos visto a Teherán detrás de Hamás tratando de bloquear el proceso de normalización entre Israel y Arabia Saudí. También ha hecho valer su influencia sobre Hizbulá y las milicias proiranís que controla en Siria e Irak para obligar al ejército israelí a detraer recursos para atender su frontera con Líbano y a EEUU a reforzar sus posiciones en la región. Igualmente, los huzís le están ayudando a aumentar la inestabilidad en el mar Rojo. Pero en todas esas acciones ha quedado claro que ninguno de los actores implicados, Irán incluido, deseaban provocar una escalada de la que acabarán siendo los principales perjudicados. A fin de cuentas, todos ellos saben que militarmente la superioridad israelí y estadounidense es tan abrumadora que siempre saldrían perdiendo en un choque directo.

Sin embargo, imbuido de la clásica dialéctica de acción-reacción que parece obligar al agredido a devolver el golpe para no parecer débil y para restaurar la disuasión ante posibles ataques futuros, Irán ha terminado por ir más allá, metiéndose en una senda que fácilmente puede escapar a su control. Por una parte, el pasado día 15 decidió atacar objetivos en la provincia siria de Idlib y en Erbil, capital del Kurdistán iraquí, argumentando que se trataba de castigar a elementos de Daesh ligados a los atentados registrados en Kerman el 3 de enero, con el añadido de batir un supuesto centro del Mossad israelí ubicado en esta última localidad. Al día siguiente los objetivos de los misiles y drones lanzados por los Pasdarán iranís fueron las bases ubicadas en pleno territorio paquistaní del grupo yihadista suní Jaish al Adl, conocido por sus atentados contra el régimen en el contexto del independentismo baluchí.

Más allá de las condenas de rigor por parte de los respectivos gobiernos (además de Washington), lo que destaca es que ni Damasco ni Bagdad han reaccionado militarmente, mientras que Islamabad sí ha optado por lanzar algunos misiles sobre territorio iraní. Eso haría pensar, en principio, que ninguno de los actores implicados en estos sucesos desea escalar hasta un conflicto directo con Teherán. Estaríamos así, en un escenario regional de malas relaciones vecinales, ante el también clásico juego de apariencias en el que ninguno pretende llegar hasta las últimas consecuencias, pero en el que nadie quiere aparecer como derrotado de antemano.

En estas circunstancias el principal problema para Irán es que su afán por demostrar su voluntad de resistencia ante sus múltiples enemigos puede meterle en un proceso que le lleve a sufrir represalias insoportables. Son muchos los actores que están avivando el fuego en Oriente Próximo (con Israel en cabeza, junto a Hizbulá) y en Oriente Medio (con los huzís al frente), sin que Teherán sea capaz de controlarlos todos a su antojo. Da la impresión de que pretende estar presente en todo lo que ocurre en esas regiones y de que siente la necesidad de hacer algo para aparentar una fortaleza que no tiene, pero se dedica a golpear contra objetivos secundarios esperando que eso no desate las iras de quienes pueden amargarle aún más la existencia.

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