Fronteras

Competencias a nosotros

En una Catalunya que se proponga poner coto a la inmigración, bastará con dar los buenos días al llegar, para tener automáticamente todos los papeles en regla

Carles Puigdemont, Jordi Turull y Míriam Nogueras en una imagen reciente.

Carles Puigdemont, Jordi Turull y Míriam Nogueras en una imagen reciente. / Nazaret Romero / Acn

Albert Soler

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En África están de enhorabuena, y en América y Asia lo mismo, ante la posibilidad de que Catalunya tenga competencias en inmigración y pueda expulsar a quien le dé la gana. Normal. Teniendo en cuenta el éxito en otras materias en las cuales Catalunya tiene competencias, eso significa que aquí podrá venir todo el mundo y nunca será devuelto nadie a su país, ni aunque lo pillen a uno merendándose bebés asados.

Gracias a tener las competencias en sanidad, Catalunya ha conseguido que las listas de espera sean kilométricas. Pronto será normal operar de fimosis a octogenarios que llevan esperando la intervención desde la adolescencia. En educación también nos gestionamos solos, y los alumnos catalanes son ya los más tontos de España -cosa nada fácil- e incluso de Europa, multiplicar será dentro de poco materia para los últimos cursos universitarios y la ortografía será cosa del pasado, una manía de gente rara, como el latín. La materia lingüística es asimismo de nuestra competencia, por lo que el uso del catalán retrocede un poco cada día, gracias a haberlo convertido en una lengua antipática a base de sancionar y amenazar. Todo lo que toca la tropa que hace como que gobierna Catalunya sale al revés de cómo lo habían planeado. No hace falta recordar aquí lo que sucedió con la republiqueta que nos quisieron endosar. Con tales precedentes, los inmigrantes de todo el mundo se frotan las manos: que Catalunya pretenda regular la inmigración, solo puede significar que no habrá regulación alguna. Como de costumbre.

Los más contentos son los delincuentes internacionales, puesto que es precisamente en ellos donde se pone el acento. Esos ya ven a Catalunya como su Shangri-La particular, un lugar idílico donde todo estará permitido y del que jamás podrán ser expulsados. Bandas latinas, yakuza japoneses, atracadores albano-kosovares, familias mafiosas italianas, narcotraficantes rusos, pederastas nórdicos, peruanos de autopista, cárteles colombianos, destripadores londinenses, yihadistas yemenís, macarras franceses y camellos marroquís ya están haciendo cola para conseguir el visado. Los pobres ignoran que ni siquiera van a necesitar pasaporte: en una Catalunya que se proponga poner coto a la inmigración, bastará con dar los buenos días al llegar, para tener automáticamente todos los papeles en regla. “La feina ben feta no té fronteres”, que decía aquel.

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