El cine Comedia, otro más, baja el telón
Todo es transformación, pero resulta inevitable el apego a lugares y objetos
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
En tiempos, una servidora había frecuentado el Publi y el Savoy, cines muy recogiditos para un sábado por la tarde. Pero también hice cola en alguna ocasión al pie de otra sala regia de la misma calle, un cruce escogido a menudo como simple punto de encuentro: la esquina de paseo de Gràcia con la Gran Via, frente al libro rojo de Joan Brossa. ¿Dónde quedamos? En la puerta del Comedia, a las siete. Pues nada, otro cine que se va al garete, otra muesca en la culata. Sí, ya sé, una muerte anunciada, por la eclosión de las plataformas en ‘streaming’, Netflix y demás. Pero, aun así, al conocer la noticia, varios amperios de corriente sacuden el espinazo. Si las crónicas escritas desde Barcelona llevasen música incorporada, hace años que estaría sonando la ‘Partita número dos para violín’, de Bach, sin parar, en bucle descendente.
El cine Comedia bajará el telón este domingo, con la proyección de, entre otras, dos películas cuyos títulos invitan a hincar colmillo: ‘A fuego lento’ y ‘Los que se quedan’. En efecto, los mohicanos barceloneses vamos cociéndonos a fuego lento en nuestra propia salsa, chup chup, de sepelio perenne por la pérdida de tantas señas de identidad. Vete a saber qué pondrán ahora en tan codiciado chaflán. ¿Una tienda de ropa más? ¿Un McDonald’s? Quizá otro local de arreglar uñas, el gran palacio de la manicura acrílica.
Mudar de piel
Un vínculo afectivo anuda a los seres humanos con el territorio que habitan. Un eslabón une geografía e identidad. Existe también, creo, una manera peculiar de ser barcelonés que va diluyéndose, ciertos gestos, una forma de mirar sin invadir y de pasear, más bien de desplazarse, por la cuadrícula urbana con una zancada ágil y gatuna pero nunca nerviosamente apresurada. “Todo es cambio, todo es flujo, todo es metamorfosis”, escribió el norteamericano Henry Miller. Si nosotros cambiamos a lo largo del tiempo, resulta natural que las ciudades también muden de piel, como las serpientes. Pero me cuesta aceptarlo. Me apego a los lugares, a algunas gentes, a los objetos. Todavía conservo un perol de cobre que reparó mi bisabuelo.
Caminando por ahí me he tropezado varias veces con un anuncio, del tamaño de una cuartilla, pegado en muros y semáforos. Dice así: “¿Fallecimiento de un familiar? RIP gestión”, acompañado de una cruz negra, como las que encabezaban las cartas victorianas. Mediante un número de teléfono, el servicio ofrece ocuparse de la venta de todo tipo de bienes heredados, desde vehículos hasta viviendas, con su consiguiente vaciado. A veces te encuentras ropa, zapatos, libros, cachivaches o enseres de cocina al pie de los contenedores. Desde luego, la propaganda tiene gancho, hace que te fijes. RIP gestión. ‘Requiescat in pace’. Descanse en paz. El finado al hoyo y el vivo al bollo. ‘L'air du temps’.
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