El último cine del paseo de Gràcia

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La inaccesible vista del paseo de Gràcia, desde la terraza del Comedia.

La inaccesible vista del paseo de Gràcia, desde la terraza del Comedia. / Víctor Baldoví

Carles Cols

Carles Cols

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Más pronto que tarde dejará de ser conocido el número 13 del paseo de Gràcia, esquina con la Gran Via, con el nombre que es común hoy en la ciudad. “Quedamos en el Comedia”. Basta con echar un vistazo al padrón de Barcelona para intuir con qué rapidez caduca la memoria colectiva. Menos de la mitad de los barceloneses ha nacido en esta ciudad. Menos de la mitad suma más de 15 años de residencia en esta trama urbana que como las serpientes, cada poco, cambia de piel. Nadie queda ya en el Savoy, el Publi, el Fémina o el Fantasio, cuatro del paseo de Gràcia que fueron toda una institución, porque nadie recuerda dónde estaban. Cierra el cine Comedia, como ya se ha anunciado, y difícil parece, tal y como están las cosas, que recupere sus antiguos nombre y apellido, Palau Marcet.

Hay que dejar fuera de la siguiente ecuación la excepcional Casa Milà (la Pedrera, por si alguien prefiere llamarla así) y probablemente también la Casa Pascual i Pons, en la esquina con la plaza de Catalunya, pero dicho esto puede que no haya una esquina más visible en el paseo de Gràcia, y apetecible comercialmente, que la del número 13, un edificio, como se verá, más raro de lo que parece, desde luego no una joya de postal, pero que gracias a sus 64 años como cine, más otros 20 anteriores como teatro, ha sido un punto de referencia geográfico en la ciudad.

El Comedia, en el día de su estreno como cine, en 1960.

Efadós

Palau Robert, Casa Batlló, Casa Amatller, Casa Lleó Morera, Casas Rocamora…, tan señorial llegó a ser el paseo de Gràcia que, a pesar de los infortunios, como aquella triste etapa bancaria de la avenida y, más recientemente, su colonización por parte de multinacionales que abren tiendas clónicas a las de cualquier ciudad del mundo, sus edificios más destacados no son aún paredes anónimas. El Palau Marcet fue uno de ellos hasta que su pasado lo desdibujó la fama del Comedia, que en su primera sesión, el 19 de noviembre de 1960, proyectó ‘Un grito en la niebla’. No solo dejó de ser una casa señorial, sino que hasta dejó de tener ese aspecto, porque durante años toda la fachada estaba ocupada por una gigantesca cartelería que anunciaba los estrenos. El Palau Marcet estaba escondido detrás.

Aquel palacio llevaba el nombre de Frederic Marcet i Vidal, prohombre de la Barcelona se la segunda mitad del siglo XIX y empresario de fortuna en el negocio del ferrocarril. Le encargó en 1887 al maestro de obras Tiberi Sabater que le levantara nada menos que en la esquina del paseo de Gràcia con la Gran Via una finca digna de su posición. Había ahí previamente otro edificio, porque el Eixample, ya desde sus inicios, no hizo más que cambiar de mutar constantemente. Era otro palacio, el de Llorenç Oliver, firmado, poca broma, por Rafael Guastavino. Lo que Sabater hizo fue un clásico borrón y cuenta nuevas, pero con un detalle importante, su orientación.

El jardin del Palau Marcet, a la izquierda de la imagen, que terminó por ser el acceso principal de la finca.

El jardin del Palau Marcet, a la izquierda de la imagen, que terminó por ser el acceso principal de la finca. / Cuyàs - ICGC

Ildefons Cerdà, en su propuesta de ensanchar la ciudad con una cuadrícula, pretendió que en el paseo de Gràcia las fincas no estuvieran alineadas con las aceras, sino que frente a la fachada hubiera un jardín particular. Prácticamente nadie le hizo caso. Sabater, en parte, tampoco, pero sí que creó un jardín en la fachada de la Gran Via que, en la práctica se convirtió en la entrada de los carruajes y de la propia familia Marcet. Eso condicionó la distribución interior del edificio y propició la rareza antes mencionada. La puerta de la esquina, o sea, lo que años después sería la entrada principal del teatro y del cine, estaba casi siempre cerrada a cal y canto. Lo que había detrás era el comedor familiar, que, por muy señorial que fuera, sería extrañó que esa fuera la primera vista que tuvieran los invitados al llegar, la mesa puesta y, por ejemplo, una humeante sopera cerámica en la mesa. Así se cuenta en el excepcional libro, ‘El passeig de Gràcia, 200 anys d’un espai burgès’, que a finales de 2023 publicó la editorial Efadós, que ha facilitado las fotografías que ilustran esta crónica.

El Palau Marcet, con la puerta de la esquina casi siempre cerrada.

El Palau Marcet, con la puerta de la esquina casi siempre cerrada. / BYP Arxiu L'Abans

Todo aquel pasado se vino literalmente abajo cuando la familia Padró, dueña aún de la finca, quiso en 1935 convertir esa esquina en un teatro de referencia en la ciudad. La Guerra Civil pospuso los planes, pero solo hasta 1941, cuando se estrenó la sala, con platea y dos pisos de palcos, con capacidad para 1.246 espectadores. Conservó en gran parte ese aspecto cuando en 1960 renació como cine, pero después continuaron los cambios, cuando el espacio disponible se optimizó para que cupieran varias salas, primero tres, luego más.

La fachada del Comedia, en 1988.

Arxiu l'Abans

Lo interesante de todo esto lo cuenta con contagiosa pasión Víctor Baldoví, proyeccionista en el Comedia desde 1997 y, probablemente, el barcelonés que mejor conoce todos los secretos del número 13 del paseo de Gràcia, una suerte de palimpsesto en el que detrás de una pared de metacrilato se conserva aún la pared del cine de los 60 y detrás, la del teatro, y detrás…. En los sótanos ha visto Baldoví, qué privilegio, carteles de aquellos que cubrían la fachada, también decenas o más de pósters de los estrenos, y en el altillo, ancianos sofás y lámparas de cuando aquello  era el hogar de actores. Hasta hay ahí unos leones esculpidos que no se ven desde la calle y que seguramente formaban parte del lujo con el que Marcet quiso irse a vivir ahí a finales del siglo XIX.

Los desconocidos leones del Palau Marcet.

Víctor Baldoví

Que el futuro del Comedia iba a ser un fundido en negro lo intuía Baldoví desde hace años, como poco desde hace unos 10, desde aquel día en que a través de las redes sociales expresó su pena porque una noche no había ni un solo espectador en ninguna de las salas. Desde entonces, los gestores del negocio, la cadena Yelmo, han intentado poner todo de su parte para que los cines no se extinguieran del todo en el paseo de Gràcia. No ha sido posible. Lo que Baldoví quiere ahora es que este adiós no sea como el del resto de salas de esa misma calle o de la adyacente, la Rambla de Catalunya, que apagaron el proyector ante una preocupante  indiferencia ciudadana. Anuncia a través de estas líneas que en breve colgará en su cuenta de Instagram una película de recuerdos del Comedia, por amor cinéfilo y para combatir la desmemoria. “A veces se lo explico a mis amigos y no se acuerdan, pero no hace mucho unas cortinas de terciopelo rojo cubrían las puertas de entrada mientras el público compraba las entradas y hacía cola en la calle. Cuando era el momento, se abrían”. El cine, antes, eran incluso esos detalles.