Periodista
Albert Soler
Periodista
Valtònyc, regresa la mascota de Waterloo
Si alguna vez han tenido razón de ser las cajas de resistencia, es ahora, para dotarle de medios de subsistencia que le permitan olvidarse para siempre de la música
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Valtònyc está de vuelta porque han prescrito sus delitos, no se conocía tan pavorosa noticia para la música desde que Paquirrín decidió dedicarse a ella. Lo peor no es que regrese, pues este tipo a nadie importa, lo peor es que, al no tener oficio conocido, tendrá que subirse de nuevo a los escenarios. Con el peligro añadido de que algunos se habrán tomado en serio su aura de resistente y lo van a invitar a sus saraos, o sea que uno se acerca a un concierto en favor de cualquier causa, convencido de que allí escuchará buena música, o música por lo menos, y se puede encontrar a un tipo que atiende por Valtònyc, berreando cosas como "como un niño sigo esperándote en el parque" (sic), versos que más que de un rapero parecen salidos de José Luis Perales un día falto de inspiración. Si alguna vez han tenido razón de ser las cajas de resistencia, es ahora, para dotar a Valtònyc de medios de subsistencia que le permitan olvidarse para siempre de la música, o lo que fuera que intentaba pergeñar. Yo pongo 100 euros.
Como confirmando estos temores, nada más llegar a España se anunciaba su presencia en un concierto pro-Palestina. Ignoro si finalmente participó en el mismo, primero dedicaría unas horas a buscar en un mapa dónde demonios está eso de Palestina y qué sucede allí para que necesiten un concierto, tal vez una inundación. No tiene aspecto el gigantón mallorquín de ser hombre de muchas luces, así que quienes organicen eventos solidarios habrán de armarse de paciencia: si, un suponer, le contratan para uno contra la explotación sexual, tendrán que explicarle que no se trata de ninguna campaña contra preservativos en mal estado que explotan al ser colocados. Háblenle poco a poco, háganme caso.
Cuando la naturaleza no le concede talento a uno, y sí, en cambio, una irrefrenable alergia al trabajo, tiene que intentar que le denuncien. Es la forma más sencilla de conseguir notoriedad. Valtònyc vio que otros en esa misma situación lo conseguían –Junqueras, Comín, Forcadell, el propio Vivales...– y se aplicó a ello. Al no tener, en su caso, la opción de organizar un referéndum fuera de la ley y proclamar una republiqueta, pensó con buen criterio que injuriar y amenazar desde un escenario le procurarían la misma fama. Y así fue. Una vez alcanzado eso, era cosa de buscar refugio en Waterloo, proclamándose a sí mismo mártir de la libertad de expresión y exiliado –sobre todo exiliado– que en Catalunya considerarse exiliado, igual que considerarse patriota, está muy barato.
Así fue como alguien con ningún talento ni capacidad se hizo con un nombre. Dentro de poco habrá entrevista en TV3 –admito apuestas: antes de tres días–, Dios quiera que sin darle oportunidad de cantar, y a vivir, que son dos días. Seis años residiendo en la Casa de la Republiqueta, aguantando la compañía diaria y, glups, nocturna, del Vivales y Comín, son duros aunque sean a cuerpo de rey, pero el premio bien lo vale.
El doble de Bordalás
Con su barba recortada, su corte de pelo y sus gafas de pasta, Valtònyc pasaría por el doble de Bordalás si este midiera un par de palmos más, a lo alto y a lo ancho. De hecho, Valtònyc es a la música lo que Bordalás al fútbol, nadie con un mínimo de buen gusto pagaría por ver un concierto del rapero ni un partido del Getafe. El aspecto agorilado del cantante le sirvió, sin embargo, para ser adoptado por el Vivales como mascota en la Casa de la Republiqueta, en Waterloo. "Tranquilo, no hace nada", calmaba a las visitas el fugado expresidente catalán cuando percibía que observaban con recelo a su nueva adquisición. En efecto, Valtònyc no hace nada, nunca ha hecho nada y no iba a empezar a hacerlo precisamente en la Casa de la Republiqueta, donde nadie hace nada. En otro de sus temas canta que "me siento libre con un libro de Karl Marx", pero que nadie tema que se haya vuelto un intelectual, está convencido de que Marx es autor de libros para colorear, que son los que le gustan. Se siente libre porque a veces colorea más allá de la raya y no pasa nada.
A recibirle al aeropuerto de Palma cuando llegó fueron 30 personas, no la multitud que espera un patriota catalán, mártir de la libertad de expresión, compañero del Vivales y heredero del trono de Bonet de San Pedro en la música balear. Treinta personas las reúne cualquier estudiante a su regreso del Erasmus. Treinta personas son algunos familiares –ni siquiera todos–, un par de periodistas, más algún vecino a quien Valtònyc debía dinero. A ver si tiene suerte y en su próximo juicio por amenazas, el día 21, le vuelven a condenar, o esta carrera ya no hay quien la levante.
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