Fin de un periplo judicial
Pilar Rahola

Pilar Rahola

Periodista y escritora

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Valtònyc: vuelta a casa

Josep Miquel Arenas no regresa a su tierra porque el Estado español ha rectificado la barbaridad de la condena y ha dejado de perseguir la libertad de expresión, sino porque no ha podido mantener la persecución fuera de sus fronteras

Valtònyc ya está en Mallorca: "Estos seis años de lucha por la libertad de expresión han valido la pena"

Cultura de la encarcelación: cuando rimar es delito

Ilustración

Ilustración / Leonard Beard / Leonard Beard

Cuando Josep Miquel Arenas fue detenido por primera vez solo tenía 18 años. Todavía no era el gran símbolo de resistencia que todo el mundo conoce con su nombre artístico, Valtònyc, pero ya le caía encima un paquete de acusaciones graves: enaltecimiento del terrorismo, apología del odio ideológico, incitación a la violencia e injurias a la Corona. Su delito era una vergüenza: hacer canciones de protesta. Empezaba así un largo periplo de persecuciones, juicios, condenas y exilio, pero también de resistencia, coraje, determinación y lucha.

Un periplo que ha acabado este fin de semana con el abrazo a la 'padrina', tras aterrizar en Mallorca. En el calendario personal, cinco fechas para la memoria: 23 de agosto de 2012, cuando lo detuvieron; 20 de febrero de 2018, cuando el Supremo ratificó la condena de tres años y seis meses de prisión; 23 de mayo de 2018, cuando emprendió el camino del exilio; octubre y diciembre de 2021, cuando el Constitucional belga tumbó la ley de 1847 que permitía perseguir las injurias al Rey, y, en consecuencia, el tribunal de Gante rechazó la euroorden española; y, finalmente, 28 de octubre de 2023, fecha de su regreso. Cinco años de exilio y 11 años después de la primera detención, Valtònyc ha ganado a España.

Esta es la primera verdad de las muchas que emanan del caso Valtònyc: no vuelve a su tierra porque el Estado español ha rectificado la barbaridad de la condena y ha dejado de perseguir la libertad de expresión, sino porque no ha podido mantener la persecución fuera de sus fronteras. Si Valtònyc no ha entrado en prisión es porque no se ha rendido nunca, ha huido de una justicia española claramente ideológica, ha luchado en tribunales extranjeros, ha conseguido cambiar la legislación belga en temas de injurias a la Corona y, sin armas para perseguirlo, ha podido volver. Es decir, ha vencido, tanto como España ha sido derrotada. Por cierto, con un añadido escandaloso: durante estos años han gobernado PSOE y Podemos, el dirigente del cual fue quien encargó la canción 'No al Borbón' para su programa de televisión, que derivó en acusación de injurias a la corona. Pablo Iglesias, como vicepresidente, podía haber intentado forzar el cambio de la ley, pero sencillamente no hizo nada.

La segunda verdad emana de la primera: si no se hubiera marchado al exilio habría sido encarcelado como Pablo Hasél, habría perdido toda capacidad de luchar contra unas leyes represivas y no habría conseguido defender internacionalmente sus derechos. Esta verdad en el caso Valtònyc es la misma que afecta al president Puigdemont y al resto de exiliados. Es el exilio el que ha conseguido mantener la denuncia sobre el conflicto catalán, el que ha obligado a debatir el caso catalán en los tribunales europeos, y es el exilio el que habrá forzado la amnistía, si finalmente se produce.

La tercera verdad es que el éxito de Valtònyc se ha producido por él mismo, porque, más allá de la ayuda que ha podido tener, ha sido capaz de aguantar la dureza de este largo proceso de persecución y mantenerse sin desfallecer. No olvidemos, por ejemplo, que durante años tuvo que sobrevivir en el exilio con el aviso de “buscado por terrorismo” en los ordenadores policiales belgas. Y, como ha pasado en el caso de Toni Comín y Carles Puigdemont, también él ha sufrido la muerte de su madre sin poderse despedir. El exilio es durísimo y solo desde una resiliencia extraordinaria se puede soportar.

Y de colofón, una cuarta verdad: al final la canción pretendidamente 'injuriosa' contra el rey, 'Los Borbones son unos ladrones', dirigida al emérito, resultó premonitoria, con fuga real incluida, lo cual confirma que la realidad tiende al sarcasmo.

Como apunte final, una cuestión personal: la conversión de aquel jovencísimo rapero de 18 años, que no sabía ni por qué llegaba la policía a la frutería donde trabajaba y lo detenía, en un hombre de grandes convicciones, que ha estudiado, se ha preparado, se ha mantenido firme en sus ideales y se ha convertido en un auténtico líder popular. Cómplice de los partidos independentistas, pero alejado de siglas y etiquetas, totalmente volcado en los ideales de libertad. Un ejemplo de resistencia y coraje. Y un ejemplo de crecimiento y madurez. Bienvenido a casa, Josep.