El dilema
Más temprano que tarde, Sánchez se deberá comprometer, por escrito y ante mediador, con el inicio de un proceso que determine de qué manera Catalunya podrá votar
Las razones más personales de Sánchez y Puigdemont para pactar la amnistía
PSC y Junts pugnan por el rol de "alternativa" al Govern de Pere Aragonès
Pilar Rahola
Periodista y escritora
Poco a poco se van resolviendo algunas incógnitas que, a pesar de que parecían claras, regresan impulsadas por la necesidad que tiene el PSOE de dominar el relato sobre la investidura y justificar los acuerdos. Desvelado el camino de la amnistía, el siguiente paso era la pretendida exigencia de los socialistas a Junts de que renunciaran a la unilateralidad, sin la cual no parecía posible un acuerdo.
Era una petición perdonavidas, planteada en términos de castigo y perdón, que no respetaba el ideario del partido al que se le pedían los votos. De hecho, se exigía al 'president' Puigdemont y a Junts que abandonaran su identidad política y se convirtieran en un mutante de naturaleza indefinida. Condenada al fracaso desde el momento en que se planteó, Puigdemont le ha dado la estocada final en un 'post' de Instagram que no permite equívocos: "El Estado tiene un dilema de resolución compleja. O repite elecciones, con el riesgo de que los equilibrios políticos sean tan frágiles como ahora; o pacta con un partido que mantiene la legitimidad del 1 de octubre y que no ha renunciado ni renunciará a la unilateralidad como recurso legítimo para hacer valer sus derechos". Ergo, querido Sánchez, por esta vía, calabazas... De hecho, era tan evidente que no se aceptaría que el mismo PSOE desmintió que lo hubiera planteado como una exigencia, si bien las gargantas profundas desmienten el desmentido. Es decir, si este era un obstáculo, el PSOE ya lo ha saltado, aunque sea porque no tiene más remedio.
Dos de tres, queda el tercer escollo para sentarse seriamente a negociar la investidura, y este también es un hueso duro de roer para los socialistas: un mediador internacional que dé fe de los acuerdos, dada la desconfianza atávica del independentismo con la palabra del Estado. Esta petición no llegaría ni a categoría de hipótesis hace unos meses, pero los resultados electorales han demostrado una gran destreza en el arte de hacer milagros, de forma que no es arriesgado pronosticar que los socialistas también aceptarán esta petición. A regañadientes, seguro, y con todos los 'spin doctors' haciendo ingeniería retórica para poder vender públicamente la aceptación, pero no tienen alternativa si no quieren fracasar en la investidura.
El melón de la autodeterminación
En este punto, y con las tres previas resueltas, el dilema en que se encontrará Pedro Sánchez está en la naturaleza de fondo del acuerdo. Como decía Ferran Requejo en el 'Ara', un pacto basado, por ejemplo, en la amnistía y el traspaso de Rodalies, sería un mal acuerdo, porque lo único que puede representar un salto cualitativo en Catalunya –un acuerdo histórico, en palabras de Puigdemont– debe atender a las cuestiones culturales y económicas, pero, sobre todo, tiene que abrir la vía para resolver el melón de la autodeterminación. Obviamente, no es planteable antes de la investidura, pero cuatro años de legislatura, con un pacto bien atado y acreditado, dan margen.
En este punto, habría que empezar a descartar algunas ideas más o menos imaginativas que hacen mucho ruido mediático, pero que no están en el imaginario del acuerdo histórico que busca Waterloo. Por un lado, los intentos de Comuns de encorsetar el acuerdo en un pretendido entendimiento seudofederalista que, en realidad, descarta toda opción de votar en Catalunya. Y por otro, la surrealista opción del acuerdo de claridad, una opción cada vez más alienígena y que, no solo es rechazada por la amplia mayoría del independentismo –desde partidos a organizaciones–, sino que Waterloo ni siquiera la contempla como hipótesis. En este sentido, la terquedad del 'president' Aragonès en mantener esta idea condenada al fracaso desde el preámbulo solo puede responder a la desesperación de ERC por intentar mantener una relevancia que ha perdido.
No parece, pues, que haya caminos alternativos. Sánchez se enfrentará al dilema real, el de fondo, más temprano que tarde, en su camino a la investidura: de qué manera Catalunya podrá votar. Es cierto, como se ha dicho antes, que no tendrá la presión de cerrar este aspecto antes de ser investido presidente, porque un acuerdo histórico de esta naturaleza necesita mucho de tiempo y mucha negociación. Pero sí tendrá la presión de comprometerse, por escrito y ante mediador, sobre el inicio del proceso para encontrar la salida. Solo así el acuerdo será histórico. Y parece que solo así Sánchez será presidente.
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