Conflicto Israel-Gaza
Jesús A. Núñez Villaverde

Jesús A. Núñez Villaverde

Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

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Mirando hacia adelante en Palestina

Ninguno de los posibles desarrollos en la guerra entre Israel y Hamás supone la solución para un conflicto de tan larga data

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Video: Agencia Atlas / Foto: EP

Más allá de condenar el brutal ataque contra Israel realizado por Hamás y otros grupos activos en la franja de Gaza y la brutalidad de la represalia israelí, sabiendo que ambos bandos han violado en innumerables ocasiones el derecho internacional y los derechos humanos y que ninguno de ellos logrará lo que pretende por la fuerza, es preciso mirar hacia adelante a partir de la situación actual sobre el terreno para vislumbrar posibles desarrollos y consecuencias.

Por lo que respecta a Hamás, consciente de que la posesión de más un centenar de rehenes le sirve como baza de negociación para intercambiar prisioneros y como escudo humano ante lo que venga, cabe entender que no ha empleado toda su capacidad de combate en el abominable golpe realizado. Y por ello cuenta con que, si finalmente Israel lanza una ofensiva terrestre en fuerza, puede crearle muchos problemas a las fuerzas israelíes en el combate calle a calle, provocándole un número de bajas que sea insoportable para Tel Aviv una vez que se empantane en un territorio tan densamente poblado. Poco le importa, como ha demostrado en el pasado, que algo así suponga un enorme sufrimiento añadido para los 2,2 millones de gazatíes, encerrados desde hace años en la mayor prisión del planeta al aire libre por decisión de Israel.

También puede contar con que, con Irán manejando sus hilos desde la lejanía, otros actores armados, como la milicia chií libanesa de Hezbolá y los grupos proiraníes activos en Siria, se sumen al esfuerzo bélico para obligar a Israel a diversificar sus fuerzas en diferentes frentes de combate. Eso llevaría a una escalada regional y a una prolongación de los combates, algo que complicaría sobremanera los planes a Tel Aviv.

Por su parte, Israel -o, mejor dicho, Binyamín Netanyahu- está ahora mismo bajo una fortísima presión, debatiendo cómo responder a la afrenta que lo coloca como el máximo responsable del desastre sufrido. Si sigue el guion desgraciadamente habitual -repetido al menos en tres ocasiones en lo que llevamos de siglo- todo se traducirá en una serie de ataques artilleros y bombardeos aéreos para reducir la capacidad de combate de estos grupos armados palestinos; sabiendo que es cuestión de tiempo que vuelvan a recuperar sus fuerzas y se repita nuevamente la misma situación. Pero si decide eliminar por completo a dichos grupos tendrá que ordenar una ofensiva en toda regla, lo que implica asumir, en primer lugar, la muerte de ese centenar de rehenes en manos de los yihadistas, y la pérdida de muchos soldados propios, obligados a combatir calle por calle en un territorio muy densamente poblado que, evidentemente, Hamas y el resto de grupos armados conoce mucho mejor que el ocupante.

Por el camino, si esta última es la opción elegida, Netanyahu tendrá que asumir también las críticas internacionales por los crímenes de guerra que cometan sus tropas; aunque también es cierto que esto nunca ha disuadido a Tel Aviv, consciente de que esas críticas y condenas nunca van acompañadas de hechos que le hagan sentir que hay límites a lo que un Estado de derecho se puede permitir para garantizar su seguridad.

Sea como sea, ya se puede volver a entender que ninguno de esos posibles desarrollos supone la solución para un conflicto de tan larga data, marginado ya de la agenda internacional hasta este estallido, y en el que el más extremista gobierno de toda la historia cree estar a punto de rematar la tarea de dominar completamente la Palestina histórica. Sin que nadie lo remedie.

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