Décima avenida

EEUU: La irracionalidad asalta la democracia

Tras décadas de asalto a la razón, el Partido Republicano ha llevado al caos el modelo político estadounidense     

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lairracionalidad web / Stefani Reynolds / AFP

Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

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La democracia, creíamos las generaciones nacidas en la segunda mitad del siglo XX, no solo es el sistema que mejor protege los derechos humanos y promueve el bienestar de la ciudadanía, sino que tiene una mala salud de hierro. Confiados en el erróneo concepto lineal y progresivo de la historia, pensábamos que cuando una sociedad alcanza el punto de desarrollo de construir una sociedad madura ya no hay vuelta atrás. Los golpes de Estado y las asonadas, la inestabilidad permanente del sistema político, corresponden a países que podríamos llamar en construcción política como durante muchos años fueron los de Sudamérica u Oriente Próximo, o a épocas históricas muy convulsas, tipo la República de Weimar. Estábamos equivocados, las democracias mueren, como bien dice el título del famoso ensayo. De hecho, desde hace ya algún tiempo asistimos atónitos al declive del sistema democrático por antonomasia, el de Estados Unidos.

El (pen)último episodio ha sido la destitución del presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Kevin McCarthy, a manos de la minoría demócrata y de ocho congresistas de su propio partido. Es la primera vez en la historia del país que se destituye a un 'speaker' de la House, lo que convierte a McCarthy en el presidente más efímero desde 1876: solo ha durado 10 meses en el cargo. Trumpista y muy lejos de ser un republicano clásico, McCarthy ha perdido su puesto porque en un arrebato de responsabilidad pactó con Joe Biden aumentar el techo de deuda del país y aplazar a noviembre el posible cierre del gobierno federal. La responsabilidad cotiza a la baja en la derecha estadounidense.

No es un problema atribuible a Donald Trump, la democracia estadounidense ha sobrevivido antes a populistas, racistas y políticos interesados en el provecho propio. También ha resistido a la corrupción, a los lobis, al dinero sucio, a la propaganda, a los programas de gobierno progresistas y a los reaccionarios y retrógrados. Tampoco pudieron con ella ni siquiera el sectarismo partidista, la lucha atroz por el poder, la irrupción de la política espectáculo y la ruptura de consensos. Es la irracionalidad la que convierte en inviable el sistema democrático. Uno de los últimos ejemplos: Jim Jordan, congresista por Ohio, candidato a sustituir a McCarthy, afirma que los autores del asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 fueron “turistas”. En el país de las maravillas del Partido Republicano se puede afirmar que Trump no es el más radical ni el más insensato en su formación.

Al Gore publicó en 2007 'The Assault on Reason' (El asalto a la razón), un libro en el que denunciaba la tendencia en la política estadounidense a tomar decisiones basadas en la ideología, el tacticismo, el partidismo, la presión de los lobis y los intereses inconfesables y no en la razón y el análisis de los datos. Gore se refería en gran medida a la emergencia climática pero no solo a ello, la guerra de Irak entonces era un buen ejemplo de decisión irracional. El vicepresidente de Bill Clinton acertó en el diagnóstico, pero falló en una de las soluciones que propuso: internet como espacio de libre difusión y debate de ideas frente a los medios tradicionales, sobre todo la televisión, a la que consideraba parcial. En cambio, el asalto a la razón hoy se difunde por las redes sociales y se ha visto beneficiado por el drástico cambio en la influencia de los medios en la conversación pública.

La irrupción del populismo, el auge de las democracias iliberales y el deterioro de la democracia tiene muchas causas (crisis económica, presión migratoria, brecha generacional, cambios de paradigmas mediáticos y sociales...) pero precisa como paso previo de un triunfo de la irracionalidad. Lo hemos llamado posverdad, 'fake news', burbujas de las redes sociales, narrativa, propaganda... Son diferentes formas de referirse a fenómenos que tienen en común son inmunes a los datos, al debate formado y a un terreno de juego acotado por la realidad y un conocimiento compartido.  

El derecho a los propios hechos, el individualismo extremo, la confusión entre opinión y realidad, el pensamiento mágico y la emotividad como principal palanca política hacen imposible una conversación pública, y sin ella es inviable un debate político. Huérfanos de ambos, un sistema democrático irracional acaba siendo caótico, ve turistas donde hay golpistas, ve patriotas en quienes pretenden cometer fraude electoral y considera portar armas un acto de libertad. En esa tesitura está hoy EEUU, un momento crítico al que se ha llegado tras décadas de aceptar como legítimo un discurso irracional. Los demás, en lugar de tomar nota, les hemos seguido por caminos similares.  

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