EN LOS PRÓXIMOS 45 AÑOS

La guerra de los migrantes (que necesitamos)

En menos de una década la mayoría de los países tendrán un tercio de la población por encima de 65 años y otro tercio estará en edad de formación. Les necesitamos

Multimedia | De emigrar desde Europa a recibir inmigrantes en el Mediterráneo

Migraciones en el Mediterráneo

Migraciones en el Mediterráneo

Rafael Vilasanjuan

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Nadie habla de guerra, pero hay víctimas. Miles de víctimas que, como se encargó de recordarnos la portada de EL PERIÓDICO del 10 de febrero de 2019, cada una de ellas tiene un nombre, una historia, una vida detrás. La memoria impresionante de esos miles de nombres quedó eclipsada inmediatamente por la epidemia y luego por la guerra de Ucrania. Y seguimos sin hablar de guerra, pero la inmigración, especialmente la que intenta franquear esa frontera líquida del Mediterráneo se ha convertido, al mismo tiempo que los tanques rusos han entrado en suelo europeo, en el otro gran conflicto que asoma por nuestras fronteras.  

La inmigración no es nada nuevo. Sin embargo, en Europa suenan alarmas como las sirenas que en Kiev anuncian el peligro de bombas inminentes cada vez que asoma un nuevo barco con migrantes. Llevamos décadas intentando frenar su llegada, pero desde que se creó el espacio Schengen de libre circulación, a pesar de haber invertido miles de millones para vigilar las fronteras y destinar otros tantos miles de millones a países africanos para devolver sin reparo y en caliente a los que han llegado hasta aquí, el flujo sigue constante. Y lo que es peor, la sensación de impotencia sigue calando entre una población que se aferra a las proclamas de una solución fácil si se aplica mano dura.

Agitado con grandes dosis de odio, ese ha sido durante los últimos años el argumento de los movimientos ultranacionalistas para llegar al poder. Airean el peligro y anuncian la solución. Pero cuando lo ocupan, como en Italia, se puede comprobar cómo sus proclamas estaban muy lejos de cambiar la situación. Algo parecido pasó con el Brexit, donde la ultraderecha utilizó a la inmigración que llegaba del continente como el principal argumento para recuperar las fronteras y separarse. Sin embargo, desde entonces solo ha recibido más migrantes.

La lista de despropósitos no se limita a los movimientos radicales. Liberales y socialdemócratas de todo el continente también tienen miedo y aunque en el discurso unos pueden ser más laxos que otros, en sus políticas han sido igual de incapaces de encontrar alternativas. El miedo cunde, la inmigración se ve como una amenaza, pero es imposible encontrar soluciones porque no identificamos el problema. ¿Es la llegada masiva? ¿Es la incapacidad para controlar a los traficantes? ¿Es que vengan a quedarse los puestos de trabajo de los de aquí? ¿O sencillamente que se les considere diferentes, incapaces de adaptarse e incorporar los valores que han hecho de Europa lo que es?

Nada es fácil. Pero sin concretar el problema, sencillamente no hay solución. Para empezar, la UE se está quedando demasiado vieja. Sin inmigración, Europa perderá casi 100 millones de habitantes en los próximos 30 años. En menos de una década la mayoría de los países tendrán a un tercio de la población por encima de 65 años, si además le sumamos que otro tercio estará en edad de formación ¿Quién va a pagar las pensiones? ¿Quién va a mantener la sanidad y la educación? No hay alternativa, les necesitamos. Luego, dejemos de pensar en 'nosotros y ellos'. Para bien o para mal, el futuro es compartido y requiere que empecemos a cambiar percepciones y políticas.

Hoy, sin recursos económicos propios, es imposible entrar a trabajar de manera legal en Europa, por eso arriesgan sus vidas. Es increíble que la UE no sea capaz de definir un cupo y proponga políticas más lógicas, otorgando permisos de inmigración en los países de origen y contratos de ocupación legales en destino. Solo con esta medida se reduciría una parte importante del tráfico humano y se ordenaría el flujo.

Pero, además, un contrato de trabajo y contribuir fiscalmente a la economía de los países de adopción es la mejor forma de integrarlos como ciudadanos, y no como mercancía, en unos países que les necesitan como agua de mayo. Por el contrario, si seguimos con mas víctimas cada año y barreras cada vez más altas, es muy probable que la guerra contra los migrantes se cronifique, lo peor es que además seremos nosotros los perdedores.