APUNTE

Cancelo celebra su gol, el 3-2 del Barça al Celta en Montjuïc. /
Se ven rápido. Ese control que se escapa. Ese pase demasiado largo. Ese disparo franco ante puerta que se va dos palmos por encima de la portería. Vienes de dos días buenos y cuesta entender por qué, en el mismo escenario, ya no estás tan fino. No has cambiado tus rutinas y, sin embargo, ese no es tu día. Son los días malos.
El Barça se plantó el sábado en Montjuic dispuesto a disfrutar de otra tarde de buen fútbol. Por fin, tras un par de temporadas sufridas, parecía haber encontrado la fórmula del disfrute. Pero, aunque el decorado fuera el mismo y la mayoría de los jugadores también, la tarde apuntó pronto que no iba a ser un día lúcido.
Defensa despistada
De repente, Ferran Torres había perdido la aleta de tiburón, la defensa parecía algo despistada, el centro del campo ya no era una sinfonía y los Joaos no eran esos jugadores que nos tienen enamorados, sino que volvían a ser futbolistas bajo sospecha --por algo los habían cedido.
No era uno de esos ratos en que todo fluye. Esos días, los puntos se recogen con alegría y se guardan con mimo, pero esos los suman todos los equipos. Una Liga requiere muchos buenos días, pero la diferencia entre ganarla o quedarte muy cerca es saber resistir cuando se te atraviesa el planteamiento del rival y la pelota se traba entre las piernas.
Cancelo, el peor y el mejor
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Los días buenos se disfrutan y de los días malos se aprende. Son días necesarios, porque sin ellos, no existirían los días buenos. Mallorca no es una plaza de días grandes. Los equipos de Aguirre siempre preparan el partido para que sea tu día malo, del Barça depende en convertirlo o no en algo más placentero. Pero si tiene que ser malo, que se resuelva como ante el Celta.
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