APUNTE

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Jorge Vilda y Luis de la Fuente, durante la asamblea del viernes en la Federación.

Jorge Vilda y Luis de la Fuente, durante la asamblea del viernes en la Federación. / EFE/RFEF

Sònia Gelmà

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El discurso machista, impresentable y bochornoso de Luis Rubiales ha resultado muy útil. Más que un asesinato social, lo suyo fue un suicidio. Pero, además, dejó un magnífico retrato de una platea que aplaudía en blanco y negro. Cabe diferenciar el lenguaje no verbal entre los aplaudidores.

Así como se observaban caras incómodas y aplausos de compromiso en una primera fila poblada de mujeres –luego supimos que su buena ubicación ante las cámaras no fue casual, las sentaron ahí por obligación—, las palmas de los dos seleccionadores absolutos eran muy convincentes.

Se diría que entusiastas, incondicionales y bien rematadas cuando se pusieron en pie. Por adaptar el símil al contexto arcaico adecuado, nuestros palmeros jaleaban una buena faena de su jefe, digna de dos orejas y el rabo. Solo faltaron los pañuelos.

Instinto de supervivencia

Pero no siendo eso suficiente, durante el fin de semana, Vilda y De la Fuente demostraron que su instinto de supervivencia va muy por delante de su lealtad. Cuando intuyeron que el barco se hundía, tras la suspensión de la FIFA, quisieron echarse atrás. Nos tomaron por tontos, creyeron que podríamos sufrir una amnesia colectiva general y olvidar su apoyo para pasar a condenar miserablemente y sin ningún rubor a su jefe.

Rubiales podría haberse ido en silencio y permitir que el sistema se mantuviera. Pero su locura inconsciente puede llevarse por delante a sus secuaces y es una oportunidad para abrir de verdad las ventanas de una institución que necesita ventilación.

Su lamentable gestión de lo sucedido no ha permitido que las jugadoras disfrutaran el Mundial, pero al menos este despropósito puede servir para hacer limpieza. Para que el foco se ponga en esa estructura que no las toma en serio, que no las trata como profesionales y que premia al subalterno con medio millón de euros por año. Mapi y compañía tenían razón. Y sin ese beso, muchos seguirían en babia. Por las que ganaron ese Mundial, pero sobre todo por las que renunciaron a él, los que hay deben irse y los que lleguen, deben actuar diferente.

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