La espiral de la libreta

Poéticas de la intimidad femenina

A vueltas con la reivindicación del género diarístico 

Biblioteca en Barcelona.

Biblioteca en Barcelona. / JORDI OTIX

Olga Merino

Olga Merino

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 La Rodoreda, doña Mercè, una de las grandes, enmudeció. Tras cruzar los Pirineos en enero de 1939, dejando tras de sí un mal matrimonio y a su hijo, fue incapaz de abordar la albañilería de una novela durante los años más duros del exilio, en París, en Limoges, en Burdeos, donde trabajó en una fábrica textil «hasta el embrutecimiento».

La autora de ‘La plaça del Diamant’ pudo sobreponerse a la mudez expresándose a través de acuarelas, aguadas y ‘collages’ que, aun sin gran técnica ni virtuosismo, irradian un magnetismo salvaje. La pintura le sirve para recorrerse, para explorar su inconsciente, de donde surgen personajes desnortados, de ojos enormes y estupefactos.

Me vino a la cabeza la Rodoreda pintora tras leer el libro ‘Heridas abiertas’, que la editorial WunderKammer publicó en 2020, dentro de una colección dedicada al ensayo breve. Incapaz de articular palabra, una crisis personal llevó a la autora, la palmesana Begoña Méndez, a experimentar el ‘collage’ con el fin de exorcizar el insomnio. Contra la afasia, el pincel, las tijeras.

En mitad de la noche, se preparaba un café negrísimo y, sentada a la mesa del estudio, con un montón de revistas viejas al lado, se encaminó hacia el reencuentro consigo misma mediante la desmembración y superposición de imágenes y textos de otros. Comenzó a volcar oscuridades en un cuaderno en cuya cubierta escribió dos palabras, «diario gráfico», y el hilo de esa misma pulsión creativa la llevó a explorar otros yoes, otros destierros interiores.

'Heridas abiertas’ se adentra en los diarios íntimos de diez mujeres separadas por 500 años de historia —incluidas Santa Teresa, Alejandra Pizarnik, Idea Vilariño y Susan Sontag, las más conocidas— y revela cómo las heridas acaban transformadas en discurso artístico. El malestar se vuelve rebeldía. La extrañeza de vivir se transmuta en literatura.

El ojo censor

La intimidad escrita adquiere rango de género literario a partir de la revolución francesa, tras el destronamiento de Dios como asidero. El diario se convierte en espacio para el repliegue interior frente al gran teatro del mundo. Significativamente, explica Méndez en el ‘cahier’, los diarios femeninos fueron, en sus orígenes, un dispositivo de control, donde se colaba la mirada fisgona y reprobadora de la Iglesia y la familia. Esa circunstancia, unida a la moda burguesa de los «diarios de señoritas» en el siglo XIX, contribuyó a feminizar la literatura íntima, a desautorizarla, como si no fuera literatura verdadera.

El diario, creo, ha vuelto a recuperar músculo, como síntoma de los tiempos. Ya da igual si los ha escrito un hombre o una mujer. Tal vez en ningún otro género se engarzan de forma tan natural la identidad, el cuerpo, los afectos y el lugar que el individuo ocupa en el mundo.

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