Planteamiento, nudo y desenlace
La importancia de un buen arranque en las novelas (y en la vida)
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Los cambios de bolso desencadenan ridículas tragedias domésticas porque, en el trasvase del contenido, siempre desaparece algún adminículo imprescindible, en este caso los avíos de escribir. Así que, en la tarde del jueves, de camino a la fiesta por la concesión del XIX Premio Tusquets de Novela, entré deprisa y corriendo en un bazar chino a comprar un boli BIC y una libreta cualquiera que cupiese en el maldito bolso de los saraos. Sin darme cuenta, me estaba llevando un extraño cuadernillo escolar para perfeccionar la letra a base de repetir frases absurdas.
Los asistentes al evento, que marca el inicio de la ‘rentrée’ literaria, llenaron al menos tres páginas, nombres que se entreveraron durante la velada con los ejercicios de caligrafía. «José preparó un conejo al ajillo». Novelistas. Editores. «El agricultor me regaló un pepino». Jefazos del gremio. Periodistas. «Los pingüinos nadan muy rápido». Gestores culturales. Agentes. Y libreros, quienes persisten en su heroicidad en los tiempos de Netflix y Amazon. Anoté con letra de palo el nombre de la ganadora, Silvia Hidalgo, y el título de la novela premiada, 'Nada que decir', que empieza tal que así: «No es más que una tarada sentada al volante mirando fijamente el móvil. Todavía es joven, pero ya es alguien que fue otra persona, al menos una mujer». Apetecible.
El inicio
Qué importante es un buen arranque. A veces basta una frase, un simple acorde que preludie la sinfonía, la sonata o el tango que desplegará su geometría secreta a partir de ahí, con su planteamiento, nudo y desenlace, aun dislocados. Un destello, un zumbido, algo que tenga pulmón. Vida y novela comparten la energía de los comienzos. Un nuevo empleo, un amante, un bebé, el piso por estrenar, un divorcio, un proyecto, la esperanza de lo intacto. Pero, en ocasiones, los inicios implican tal combustión que obligan a ponerse de acuerdo con la persona que eras la última vez que intentaste empezar algo.
La escritora norteamericana Elizabeth Hardwick estaba de acuerdo con la imprescindibilidad de un buen comienzo; lo demás le parecía secundario: «Si quisiera tramas, vería ‘Dallas’», decía. Tampoco es eso; no hay novela que se sostenga sin un gran cambio, al menos uno. Por el contrario, en la vida y a cierta edad, avanzas con los dedos cruzados para conjurar ese punto de giro que puede darte un revolcón.
En estas chorradas pensaba de recogida, a pie, contemplando los portales fantasmagóricos del Eixample. Ya en casa, en el sofá, me entretuve leyendo el resto de las frases del cuadernillo escolar, una de las cuales me puso orejas de liebre porque encerraba un comienzo, el arranque de una historia algo siniestra, no tanto por el enunciado en sí, sino por la caligrafía pulcra, esmerada, inquietantemente infantil: «Buscaré un sitio donde refugiarnos».
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