Periodista y escritora
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Luis Rubiales, el pico y la pala
'Kissgate', feminismo y cambio generacional
Dos semanas han necesitado los capitanes de la selección masculina de fútbol para pronunciarse sobre el caso Rubiales, y lo han hecho con un comunicado más tibio que un sopicaldo de hospicio. Lo leyó Álvaro Morata para no derrapar ni un milímetro de un guion que condena los "comportamientos inaceptables" del presidente de la Federación. Ya saben, el espectáculo 'testosterónico' de llevarse las manos a los cataplines en el palco real ("olé tus huevos, Vilda") y asestarle un beso en la boca a la jugadora Jenni Hermoso.
Pertenezco a una generación de mujeres que quizá –no quisiera hablar por boca de nadie– habríamos quitado hierro al famoso pico si el beso no consentido hubiese tenido lugar sin cámaras, en un despacho o en el cuarto de las escobas. Venimos de otro universo, de aceptar por costumbre y desde la noche de los tiempos actitudes desagradables, darlas por sentadas, como un gaje más del cromosoma XX.
Aprendimos a esquivar refregones en los autobuses atestados de la adolescencia, interponiendo macutos y carpetas, y después, en el trabajo, a nadar y guardar la ropa con determinados especímenes, solo algunos, proclives al abuso de poder. Si en 2010, cuando la selección masculina ganó el Mundial, Ángel María Villar, a la sazón presidente de la federación, hubiese besado en la boca a Iniesta o le hubiese tocado el paquete (qué grande eres, campeón), todo el mundo se habría llevado las manos a la cabeza. Sin titubeos ni medias tintas.
Fuera de juego
Puede que Luis Rubiales se haya convertido en un chivo expiatorio de manual, en símbolo del carácter endogámico, casposo y opaco del fútbol, de donde habría que sacar la mierda, con perdón, a paladas. Su sino habría sido otro de haber apostado por la humildad, asumiendo su gigantesca metedura de pata. Lejos de eso, se dedicó a insultar ("tontos del culo"), a repartir billetes como un capo mafioso y a cachondearse del asunto (en una entrevista en la Cope, se despidió con "un besito, sin lengua"). Rubiales no se da cuenta de que está fuera de juego. Lo insinuaba el otro día Jorge Valdano en un artículo: "El feminismo ya es un lugar. O entras o te quedas fuera".
A la generación de Alexia Putellas le ha tocado el papel de dignificar el fútbol femenino, de conseguir respeto por su profesión. A la mía, normalizar la presencia de las mujeres en todos los ámbitos laborales (nos creímos el cuento de la igualdad, ay). A la anterior, conseguir a dentelladas los derechos al divorcio y al aborto. Ha sido Putellas, balón de oro, la inventora de la consigna o 'hashtag' #Se Acabó, como la canción aquella de María Jiménez, donde la protagonista de la letra se despide de su examante al final del despecho diciéndole "ahora ya mi mundo es otro". Pues eso justamente, el mundo ha cambiado.
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