En los próximos 45 años
Georgina Higueras
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El nuevo orden mundial

El covid y la guerra de Ucrania han actuado como aceleradores de la transición hacia un multipolarismo cada día más evidente y contrario a la creciente rivalidad entre EEUU y China

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OPINIÓN NUEVO ORDEN MUNDIAL

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El mundo unipolar bajo la hegemonía de Estados Unidos, que llevó a Francis Fukuyama a vaticinar en 1992 “el fin de la historia”, hace aguas. El sistema liberal-capitalista que gobierna Occidente desde la Segunda Guerra Mundial se ha estancado y no ha sabido adaptarse a una evolución que revela un nuevo ciclo histórico. El covid-19 y la guerra de Ucrania han actuado como aceleradores de la transición hacia un multipolarismo cada día más evidente y contrario a la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China. 

Pekín no pretende que el mundo adopte su modelo de gobierno, pero está logrando convencer al Sur Global de que modernización no significa occidentalización. Para China, el sistema liberal no representa la voluntad de la comunidad internacional, ni los Derechos Humanos son universales, sino que estos forman parte de la supremacía moral que se atribuye Occidente. Pekín da prioridad a la subsistencia y al desarrollo económico como condición previa para disfrutar en plenitud de los derechos humanos, mensaje que cala con fuerza entre los países menos desarrollados.  

La guerra tecnológica e ideológica –democracia contra autarquía--iniciada por Biden contra China ha empequeñecido la comercial desatada por Trump hasta un punto de difícil retorno, que hace inviable el consenso necesario para hacer frente a los grandes desafíos globales. Washington y Pekín pueden optar por la confrontación, lo que, según el analista australiano Hugh White, nos haría “marchar sonámbulos hacia el abismo”, o por una coexistencia pacífica, que también dé paso a otros actores con los que conformar una gobernanza multipolar.  

El Sur Global no está interesado en tomar partido en esa peligrosa disputa. La mayoría de los países son antiguas colonias que suman a los agravios históricos los abusos poscoloniales de Occidente y sienten que ahora pueden defender la construcción de un orden internacional más justo e inclusivo. Como ha puesto de manifiesto la cumbre del G20 en Nueva Delhi, sus aspiraciones son: impulsar un crecimiento sostenible, fuerte, equilibrado e integrador; abordar la deuda que aplasta a muchos de ellos; financiar la transición climática, y reformar y revitalizar las instituciones multilaterales para que el Sur Global haga, con su peso, pleno uso de ellas. 

Tal vez la mayor evidencia de la incapacidad de Occidente para seguir imponiendo su criterio sea la invitación a la Unión Africana a ingresar en el G20 y el comunicado final de la cumbre, que no solo evita pronunciarse directamente sobre la guerra de Ucrania, sino que tampoco critica a Rusia. A muchos les preocupa la capacidad que se arrogan EEUU y sus aliados de dictar sanciones contra los países que no obedecen sus órdenes. 

Aupada en un avance económico sin parangón y en los logros de su revolución tecnológica, China busca el apoyo del Sur Global para liderar la construcción de un nuevo orden mundial, en el que sin duda defenderá mejor sus intereses, pero que necesariamente será más inclusivo. Pekín es consciente de que tiene pocos amigos, de que EEUU le gana por goleada en cuanto al poder blando y de que solo haciendo coparticipes a otros grandes países emergentes será posible poner fin a la hegemonía occidental.  

La apertura de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica) a otros seis países (Arabia Saudí, Argentina, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Etiopía) aporta al grupo influencia, riqueza, energía y posiciones estratégicas con las que impulsar el comercio y la economía globales. La diversidad y las diferencias en las percepciones de los 11 son enormes. Solo la voluntad de establecer un orden internacional multipolar en el que todos tengan voz puede facilitar el entendimiento y la voluntad de buscar un consenso que les permita seguir caminando.  

En todo este esfuerzo de construcción de una nueva arquitectura mundial sorprende la ausencia de la Unión Europea. En uno de los momentos más agónicos de la transición, cuando aún no se ha decidido si apostar por la confrontación o la coexistencia, la UE ha enterrado su autonomía estratégica para seguir a ciegas a EEUU. La división política ha dejado inactiva a esta potencia económica, cultural, comercial y social y la incapacita para mirar al futuro, aceptar que el mundo ha cambiado y colaborar en la elaboración del nuevo orden internacional. La Europa de la paz, del diálogo y de la negociación se ha quedado callada y anclada en el pasado.