La campaña militar (107)
Jesús A. Núñez Villaverde

Jesús A. Núñez Villaverde

Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

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Ucrania, paisaje en mitad de la guerra

Tras 18 meses de conflicto, no hay ningún resquicio por el que la paz, o al menos el cese de hostilidades, logre tomar cuerpo

Ucrania intenta romper las líneas rusas cerca de Zaporiyia con un ataque mecanizado

Países Bajos reitera a Zelenski su compromiso de entregar cazas F-16 a Ucrania "cuando se cumplan las condiciones"

Uno de los últimos ataques de Rusia contra la ciudad de Zaporiyia

Uno de los últimos ataques de Rusia contra la ciudad de Zaporiyia / EFE

Se cumplen 18 meses desde el inicio de la invasión rusa y, por encima de todo lo demás, se impone la cruda realidad de una tragedia humana que, según fuentes estadounidenses, ya ha costado 500.000 bajas, entre muertos, heridos y desaparecidos. De ellas, un total de 300.000 serían rusas (incluyendo 120.000 muertos), y las otras 200.000 serían ucranianas (incluyendo 70.000 muertos). A eso se añade una destrucción física que, en el caso de Ucrania, lleva a estimar el coste de su reconstrucción en torno a un billón de euros, sin olvidar el impacto emocional de los millones de vidas destrozadas para siempre. Y la cuenta sigue, en la medida en que no es realista pensar que el fin de la guerra está próximo.

Por el contrario, ahora mismo las tropas ucranianas están embebidas en una contraofensiva que a duras penas va logrando avances parciales (como los logrados estos días en Robotyne y Urozhaine), mientras continúan a cuentagotas recibiendo armamento (la entrega de los 61 F-16 aprobados con Países Bajos y Dinamarca aún tardará meses) con el que esperan poder romper las tres líneas defensivas rusas, sobre todo en el frente de Zaporiyia. Por su parte, Rusia, consciente de que con sus medios convencionales no va a ser capaz de aplastar la resistencia ucraniana, parece cada vez más inclinada a optar por alargar la guerra. Con su apuesta por la destrucción sistemática de infraestructuras de todo tipo (ahora con especial énfasis en las portuarias y de almacenamiento de grano) y ataques indiscriminados contra civiles, cuenta con que el paso del tiempo acabe corriendo a su favor al hacer valer su superioridad demográfica, al tiempo que espera que se termine por agotar la voluntad política de quienes hasta hoy apoyan a Kiev.

Mientras tanto, no hay ningún resquicio por el que la paz, o al menos el cese de hostilidades, logre tomar cuerpo. Ucrania sigue creyendo en sí misma, demandando la recuperación total de su territorio y la retirada completa de las tropas invasoras. Rusia no contempla la posibilidad de salir con las manos vacías de un país al que no reconoce derecho a existir. En esas condiciones, al menos hasta que no finalice la actual contraofensiva ucraniana (no más allá de noviembre, por imperativo climatológico), ningún bando va a mostrar disposición alguna a modular sus posiciones maximalistas, lo que condena al fracaso toda iniciativa de negociación.

Hasta entonces, por tanto, lo más previsible es que Ucrania siga sufriendo el castigo artillero ruso contra sus unidades de primera línea, sus localidades y sus infraestructuras críticas, así como ataques puntuales a lo largo del frente, más orientados a obligar a Kiev a mantener sus posiciones que a conquistar más territorio, negándole así la posibilidad de desplazar más fuerzas para romper las defensas rusas en Zaporiyia. También lo es que sus principales suministradores sigan traspasando las supuestas líneas rojas que ellos mismos señalan, dotando progresivamente al ejército ucraniano de más medios para mantener la presión, pero no en volumen suficiente para lograr una victoria definitiva. Y otro tanto cabe decir de la intención ucraniana de ampliar el frente de combate con ataques directos en suelo ruso. Subterráneamente cabe imaginar también que se irán incrementando las fricciones entre Washington y Kiev, en la medida en que el primero ya empieza a insinuar que el desempeño de los segundos en el campo de batalla no es el adecuado. En definitiva, nada que conmemorar y mucho que lamentar.

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