Cumbre de países emergentes

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El orden mundial debe ser cosa de todos

El foro de los BRICS refleja la dificultad de trasladar las nuevas realidades planetarias a los organismos internacionales

La ampliación de los BRICS: ¿un paso hacia el multilateralismo o un desafío a Occidente?

BRICS Summit in South Africa

BRICS Summit in South Africa / KOPAN O TIAPE / HANDOUT

La reciente cumbre de los llamados países emergentes ha sido la que ha dado más titulares desde que Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica crearon los BRICS, el foro que pretende ser una alternativa geopolítica a las instituciones dominadas por Occidente. La decisión de ampliarlo con otros seis países (Irán, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Argentina, Egipto y Etiopía) constituye una noticia de primer orden, teniendo en cuenta que el foro resultante igualará en riqueza al G7, al que multiplica por cinco en población. Se pueden aportar otros datos que ponen de manifiesto la importancia de este acuerdo. En particular el hecho de que los 11 países que integran la nueva plataforma cuentan con la mayoría de los recursos naturales necesarios para el desarrollo del planeta (la mitad de las reservas de petróleo y muchos minerales y tierras raras indispensables para producir componentes electrónicos). 

A la vista de esta iniciativa liderada por China –un país, al que resulta difícil calificar de emergente– la presidente del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, ha advertido de la progresiva configuración de dos bloques, uno integrado por Occidente y sus aliados, y el otro por el resto, con las consecuencias que ello podría tener para el comercio mundial. Sin embargo, la reunión de Johannesburgo también ha puesto de manifiesto la dificultad de cohesionar un foro formado por países que tienen profundas diferencias políticas y que incluso están enfrentados en conflictos latentes (como es el caso de China y la India). Más allá de gestos destinados a distanciarse de Estados Unidos, como la negativa a secundar las sanciones contra Rusia por la invasión de Ucrania (conflicto no citado en la larga declaración final de la cumbre que reclama la soberanía de Yemen, Libia y Siria), de la invitación al líder del Frente Polisario, Brahim Gali, y de una retórica que recuerda el movimiento de los Países No Alineados, los acuerdos alcanzados han sido escasos. Pese a algunos éxitos políticos, como la presencia de 30 líderes africanos invitados, la cumbre de los BRICS no ha sido capaz de avanzar de manera significativa en la 'desdolarización' de los intercambios comerciales. Una cosa es la voluntad de acabar con la hegemonía de Estados Unidos y Occidente en los intercambios internacionales y, otra, la capacidad de liderar el orden planetario en el siglo XXI.

Los BRICS no pueden verse, solo, desde el prisma de la competencia con China, como suelen hacer las administraciones norteamericanas. Su creación refleja también la dificultad de trasladar las nuevas realidades planetarias a los organismos internacionales. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, creado en 1945, ya no responde a la nueva configuración del mundo, y el 15% del voto que tienen los BRICS en el Fondo Monetario Internacional (FMI), contrasta con el 26% de su peso en el PIB mundial. Nadie puede negar la necesidad de un nuevo orden mundial, pero este, para el bien del libre comercio, la paz y la estabilidad, debería ser más fruto de la cooperación que de la confrontación.