LA ESPAÑA POSIBLE (3)

¿El retorno de Puigdemont?

La España posible (1) / Y Txapote votó

La España posible (2) / Lo que dure el 'pedrismo'

españas posibles Puigdemont

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Albert Sáez

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Carles Puigdemont ha decidido dar una oportunidad al 'pedrismo'. El presidente del Gobierno en funciones puede considerarse un afortunado. Antes no quiso dársela a Pere Aragonès para que presidiera la Generalitat, ni a Núria Marín para que siguiera al frente de la Diputació de Barcelona. Ni a Jaume Collboni para que compartiera la alcaldía con Xavier Trias. Tras seis años de defender el legitimismo del 1-O y esperar su reconocimiento por la justicia europea, Puigdemont vuelve a la casilla de salida, la de aquel 26 de octubre en el que estuvo a punto de convocar elecciones para tratar de evitar la aplicación del artículo 155 de la Constitución. No se fio ni de Mariano Rajoy, entonces presidente del Gobierno, ni de Pedro Sánchez. Esta es una de las claves de cómo ha negociado esta vez, con pago por adelantado. Ha preferido una demanda relativamente modesta pero que pudiera exhibir como un "hecho comprobable" a la contraprestación de una de esas promesas rimbombantes de Pedro Sánchez que se diluyen con el cobro de lo pactado. Y esa va a ser la dinámica de la negociación para la investidura. No va a haber avances hasta, como mínimo, el 19 de septiembre, cuando el Consejo de la UE debe tomar en consideración la petición de España de modificar el reglamento lingüístico para incluir todas las lenguas cooficiales.

EL DAFO DE CARLES PUIGDEMONT


La segunda clave de este camino de retorno de Puigdemont a la negociación política es la competición de su espacio político, lo que ahora se llama Junts, con la Esquerra de Junqueras y Rovira. Un error de cálculo de Artur Mas al convocar las elecciones catalanas anticipadas de 2012 llevó a la entonces CiU a la senda independentista. Y muchos de sus dirigentes dieron el paso por una mezcla de convicciones y de ambiciones. Quienes habían sido desde sus tiempos de militantes de las juventudes confesos soberanistas convencieron a la generación anterior de dar el paso con el objetivo de mantener el poder como les ofrecía Junqueras. Ese paso tuvo costes. Entre ellos la disolución de la misma CiU, la ruptura sentimental con Pujol y, finalmente, el envío del propio Mas a la "papelera de la historia".

Este periplo alimentó en una parte de la actual Junts un recelo casi irracional hacia Junqueras y Rovira al considerar que aprovecharon la debilidad generada por esa apuesta independentista para intentar ocupar su espacio político (nunca han tomado en consideración el daño que les infligió la corrupción). Esa es la clave de la decisión de ese 26 de octubre de Puigdemont alentada por los Jordi Turull, Josep Rull, Albert Batet o Albert Batalla que le exigieron que no diera a Junqueras la baza de ganar las elecciones tras el 1-O. Al revés, en las convocadas por el 155, Puigdemont ganó la batalla a Esquerra y desde ese momento tiene el control total de la formación sin la necesidad de tener cargos orgánicos. Para ese grupo de dirigentes es su principal activo electoral y ellos nunca le abandonarán porque si está donde está es por haber hecho lo que ellos le pidieron. En consecuencia, la principal obsesión de Puigdemont es que si acepta volver a la senda de la negociación como ha hecho Esquerra, lo tiene que hacer con un estilo radicalmente diferente para recuperar oxígeno en el campo independentista, con este pago por adelantado que hemos visto en el caso del catalán en la UE. Poco calado pero mucha seguridad y dramaturgia. Justo al revés de la pomposidad de los acuerdos de Esquerra con Sánchez, al menos en apariencia.

Si el 19 de septiembre se confirma la viabilidad del método, entonces Pedro Sánchez tendrá que afrontar el contenido. El punto de partida de Puigdemont es claro: amnistía y autodeterminación, no muy diferente del de Esquerra, antes y ahora. A los republicanos se les dijo que la aministía era inconstitucional y se les dio a cambio los indultos y la supresión del delito de sedición, mientras que en materia de autodeterminación se les puso sobre la mesa la votación de un acuerdo cuando existiera.

Sánchez ahora está en otra fase mental. Se ha crecido dentro de su partido y de su espacio político. La contestación al pacto de la Mesa del Congreso se ha limitado a un comentario personal de García Page, los presuntos socialistas buenos están agazapados ante la fuerza del 'pedrismo' que, además, ha asimilado Sumar más a una especie de Nueva Izquierda de Diego López Garrido que a la IU de Julio Anguita, precursora de Podemos.

En este contexto, el definitivo retorno de Puigdemont a la negociación política va a depender de tres elementos: que cada compromiso que pueda asumir Sánchez sea transformable en un "hecho comprobable", y eso parece más probable en el tema de la amnistía -con otro nombre- que en el de la autodeterminación; que Puigdemont esté dispuesto a aceptar que una y otra cosa no son desligables; la amnistía del 77 se basó en que los condonados aceptaban el marco legal en unas determinadas condiciones, de manera que si el Estado borra lo ocurrido tiene que ser porque tiene alguna garantía de que no va a volver a padecer actuaciones como las del 6 y 7 de septiembre del 2017 que no solo rompieron la legalidad sino que ignoraron a casi la mitad de los catalanes, algo que alguien que aspira a crear un estado democrático no se puede permitir; y, finalmente, que en aquello que los acuerdos impliquen una reforma territorial de fondo, que España necesita, hay que buscar la manera de implicar como mínimo al PP, como el mismo Puigdemont ha reclamado en alguna ocasión.