Crisis política
Salvador Martí Puig

Salvador Martí Puig

Catedrático de Ciencia Política de la Universitat de Girona

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América Central: democracias que languidecen

Es difícil ser optimista respecto a Centroamérica. Pero nos equivocaríamos si pensáramos que el peligro de la erosión democrática es algo distante y ajeno

Bukele asegura que El Salvador es el país "más seguro de América Latina"

Bukele asegura que El Salvador es el país "más seguro de América Latina" / Rodrigo Sura

Las repúblicas de Centroamérica celebraron el año pasado el bicentenario de su independencia inmersas en múltiples crisis: económica, ecológica, sanitaria, migratoria y, sobre todo, de degradación de la democracia. Más allá de los estragos de la pandemia del covid-19 y del cambio climático global, que han sido aterradores en países con un tejido económico y social frágil, es preciso señalar el proceso acelerado de erosión institucional y de derechos que han padecido.

No hay duda de que el caso más flagrante es el nicaragüense, ya que desde la vuelta al poder de Daniel Ortega en 2007 se ha ido instaurando un régimen personalista que, si al inicio podía calificarse de híbrido, desde las protestas de abril de 2018 ha derivado en un sistema autoritario cerrado y represivo. La lógica de perpetuación en el poder del clan Ortega ha tenido su penúltimo episodio en enero de 2022, cuando simuló una plácida victoria electoral sin legitimidad alguna con la que ha iniciado un cuarto período presidencial consecutivo. 

Pero los problemas políticos en la región se han extendido más allá de Nicaragua. Las instituciones de Honduras, El Salvador y Guatemala también han sufrido un importante y progresivo deterioro. En El Salvador, el joven presidente con gorra de 'baseball' y amante de las criptomonedas, Nayib Bukele, arrasó en las elecciones presidenciales de 2019 con un partido de amigos y familiares y, desde entonces, controla el país a golpe de Twitter. Bukele, quien ha decretado un estado de excepción permanente para combatir el crimen organizado, es el máximo exponente del “populismo punitivo” en la región. Esto ha significado el encarcelamiento de más de 30.000 jóvenes acusados de pertenecer a las maras y la creación de varias macro-prisiones de alta seguridad, donde se hacinan sin ningún tipo de garantías jóvenes encarcelados.

Tampoco se salvan de esta dinámica Honduras y Guatemala. En Honduras, desde hace un par de meses, a raíz de un motín en un centro penitenciario el pasado 20 de junio en el que murieron 47 mujeres, la presidenta Xiomara Castro va a emular la política de Bukele, y ha promulgado también el estado de sitio permanente. En Guatemala, mientras tanto, la sociedad está en vilo a raíz de la contienda electoral para elegir (en segunda vuelta) el presidente de la república, que se celebrará el 20 de agosto. Este país, acostumbrado a las tragedias políticas, ha vivido desde 1996 -cuando se firmaron los Acuerdos de Paz - un largo proceso de desmantelamiento de las instituciones democráticas, la politización del sistema de justicia y la penetración del crimen ilegal en la administración pública. En este contexto, la corte de Constitucionalidad ya ha apartado de la contienda a varios candidatos con opciones de ganar y muy pocos tienen la esperanza de que el candidato de izquierdas, Bernardo Arévalo, tenga opciones reales de hacerse con la victoria o, si lo consigue, de gobernar. 

Así las cosas, es difícil ser optimista respecto a la región de América Central. Pero nos equivocaríamos si pensáramos que el peligro de la erosión democrática es algo distante y ajeno. Nada más lejos. En el último lustro han aparecido nuevas tendencias autoritarias que parecían finiquitadas. Lo valida la constatación de que durante la última década en la región no solo se han afianzado regímenes “híbridos” que quieren incrustar prácticas y lógicas autoritarias en sistemas democráticos, sino que ya han emergido regímenes abiertamente autoritarios

En esta dirección, los debates sobre cómo languidecen las democracias han dado paso ya a las pesquisas de cómo son y qué características tienen los “nuevos autoritarismos” que están en boga por el mundo. Nos referimos a unos regímenes que no tienen ningún pudor en presentarse abiertamente como autoritarios y que basan su legitimidad en la lucha contra el crimen (o contra un enemigo imaginado) y en la eficiencia de sus políticas públicas en determinados ámbitos. Sin duda, la presencia de personajes como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Viktor Orbán o Xi Jinping en la cima del poder mundial han dado alas -y argumentos- a otros mandatarios con menor proyección y visibilidad para ignorar los preceptos democráticos y alzar otras banderas legitimadoras. 

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