GOLPE FRANCO

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Gündogan, tras recoger la Champions que ganó el City al Inter en Estambul.

Gündogan, tras recoger la Champions que ganó el City al Inter en Estambul. / Afp

Juan Cruz

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Lejos de mi, si se me permite este arranque egocéntrico, la funesta manía de empezar un texto sobre fútbol hablando de lo que es ajeno a este deporte con el que conviven mis pasiones desde que era un muchacho que se firmaba, en la escuela, como Juan Azul Grana. Lo que es ajeno al fútbol forma parte ahora, también, del fútbol. Ocurre en campos ajenos estrictamente a lo que sucede en la cancha y procede de los que no quieren que el Barça salga adelante ni jugando… 

Locutorios, directivas, aficiones, portavoces que se disfrazan de periodistas o de comentaristas, y que son aspirantes a directivos en la sombra, aprovechan cualquier ocasión positiva del equipo que antes jugaba en el Camp Nou y que ahora jugará en otra parte, para poner en cuestión el futuro que aguarda a esas novedades. Cercado por sus propios problemas, el Barça se enfrenta a esta legión de vigilantes de su salud, para declarar que el equipo no sirve, ni la directiva tampoco, y que cualquier proyecto caerá bajo el peso de la malandanza.

Una buena noticia

Da igual que esas novedades sean próximas e incluso más que próximas. Esas adivinanzas peyorativas siempre caen sobre las buenas noticias. Por ejemplo, que Gündogan se incorpore al equipo es una noticia que, lejos de ser analizada como posible, se interpreta bajo el fuego de todas las sospechas posibles. 

Venga de donde venga la esperanza de futuro, sea ésta protagonizada por Ansu Fati, por Pedri o por Gavi, una legión de agoreros, los mismos que se mofaban de que el Barça ganara 1-0 de vez en cuando, hasta la victoria final, salen a la palestra de los medios para anunciar que la buena nueva no llegará a formar parte de la historia azulgrana. Porque el club no tiene dinero o, simplemente, porque el equipo, y su directiva, tienen sobre sí el funesto signo de la derrota.

Crítica futurista

En el caso de este turco alemán que dejará el City para formar parte del equipo azulgrana, la inmediata sonrisita común asomó esta semana en la vida peculiar de los medios para advertir de no sé cuántos inconvenientes para que el Barça alcance a tocar de cerca los servicios de este futbolista. 

Si este grave jolgorio con el que se da la noticia aparentemente indeseada de que el equipo se refuerce fuera un lugar común del periodismo deportivo estaríamos hablando de otra cosa. Pero desde hace mucho tiempo a esta parte que es el equipo que ahora dirige Xavi Hernández es el que recibe todos los palos de la crítica futurista que afecta ahora a la crónica general del fútbol español.

Tienen derecho la afición y el equipo a disponer de la alegría de los buenos fichajes. Los aguafiestas deben prepararse para que el futuro nos sea propicio

No señalaré, porque no toca, a ningún equipo en concreto como sustancia de origen de esta maldición a la que se somete al Barcelona, pero sí es pertinente recordar que ahora mismo, esta última semana, la sección de baloncesto del club fue recibida en Madrid, por los aficionados del Madrid, como si fueran odiosos bandidos que se iban a llevar para su casa un trofeo que no había sido bendecido por la victoria sino por la manipulación. 

La rabia con la que fue acogida la derrota local no contuvo solo dientes aviesos contra los jugadores, sino contra su color o contra su origen, y aquello parecía tan grave como para haber sido reflejado así por la directiva local y también por los que en otros casos bien conocidos salieron a la palestra a defender, como Dios manda, a otros deportistas perseguidos por la mala crianza. 

El Barça disfruta ahora de la posibilidad cierta de contar con la alegría del fichaje del ya ex del City. El fichaje está a un tiro de piedra, o de ilusión. El equipo y sus aficionados vivieron recientemente la victoria en la Liga. Esta nueva buena noticia halla al Barça fuera de su campo antiguo. Pero es el mismo Barça. En su nuevo lugar esperará mejores tiempos. Tienen derecho la afición y el equipo a disponer de la alegría de los buenos fichajes. Los aguafiestas deben prepararse para que el futuro nos sea propicio.  

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