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Messi, en un partido con el Paris SG.

Messi, en un partido con el Paris SG. / Reuters

Juan Cruz

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Cruzará el charco, pero estará lejos de todas partes, en Miami, la capital mundial del frío artificial, donde casi todo es de plástico, incluso el aire. Messi no estará en Europa, tampoco estará en la América de la que viene. Aquel chiquillo que reeducó su cuerpo en Barcelona para ser el mejor futbolista del mundo, el más premiado, el más ansiado, el Campeón del Mundo con el equipo de su país, el tímido y el enfurruñado, que nació en la tierra de Fontanarrosa pero que no es capaz de reír ni con estos chistes memorables, ha decidido cruzar el charco y no lo veremos en Barcelona.

Barcelona era, para los que queríamos a Messi cerca, el lugar de la utopía, pues el equipo al que muchos profesamos amor por la leyenda más que, únicamente, por el juego, parecía en condiciones de devolverlo a sus colores. Su despedida del club azulgrana, después de unas torpes negociaciones a la baja que no supo culminar con simpatía el presidente del Barça, le dieron a la familia Messi el argumento mayor de la trama: ahí se quedan con el Barça que el chico se va al PSG. En el PSG lo recibieron como una vedette y finalmente lo despidieron como a un obrero, con unas palabras que parecían la indemnización que se debe a un jubilado.

Entre unas cosas y otras, entre una humillación al Barça y la humillación que sufrió él mismo en dos años de quimera desolada en París, parecía que el regreso a Barcelona, la tierra donde se hizo, sería finalmente el lugar del reposo. El capitán volvería a tener el 10 a la espalda, el número que ahora se tambalea en el dorsal de Ansu Fati.

Leve esperanza

El padre de Messi protagonizó este fin de semana una leve esperanza de retorno, y dijo esto que los canarios decimos habitualmente para decir sí y no a la vez: a lo mejor viene a Barcelona. Fue después de un encuentro fugaz (dijeron que muy fugaz) con el presidente Joan Laporta, que en todo este vodevil de sonrisas y lágrimas ha andado ilusionando sin datos al aficionado. Nos hicimos a la idea de que ese a lo mejor podía ir en serio, así que nos aprestamos para cualquier cosa.

Cualquier cosa era todo, en realidad, porque un futbolista que ya frisa los 36 años puede dar todo o nada en los estadios. Dijeron tantas cosas sobre lo que iba a ser, si volvía a ser azulgrana, que sentimos que en una de estas iba a decir adiós a todo esto, como en el libro de Robert Graves. Parecía un recetario de cocina para viejos: puedes comer esto, pero no podrás comer esto otro. Era como el contrato virtual para un melindroso, o para un anciano al que se le devolvía al cuarto que tuvo en su juventud pero en el que no podía dormir sino a ratos.

Eso era lo de menos, en realidad, porque a partir de ahí venía lo más nutritivo, o al menos lo más nutritivo para el padre del futbolista, y seguramente para el mismo jugador. Lo más nutritivo es el dinero, y el Barça no tiene dinero. Depende de tantas instancias que tenga dinero que es como una carta a los reyes magos la que se dice desde la directiva cuando se pronuncia en su seno, sobre todo en relación a Messi, la palabra contrato. Con dinero y sin dinero hago siempre lo que quiero, dicen los charros mexicanos, pero es que ahí, en el mundo del fútbol, no vale tanto la pasión, la afición, el pasado, pues afición y pasión son cosas del pasado: lo que vale es el parné. Y de eso se tienen en la América del Norte que ahora lo abraza.

Soy del Barça desde que tengo once años. Mi ilusión mayor, desde que se supe que a lo mejor venía, era ver a Messi vestido de azulgrana. Esta mañana he escuchado que a lo mejor (¡a lo mejor!) lo tenemos de azulgrana por unos ratitos a fin de año, cuando se paren los partidos en Miami. Somos tan aficionados, queremos tanto a Messi, que hasta esa migaja de temporada se nos aparece como un consuelo, una razón de vida.

Alimentar sueños

Vivimos, pues, como en el poema de Vicente Aleixandre, en la desolación de la quimera. Así ha sido y será siempre, pues el Barça alimenta estos sueños para irlos matando, porque al fin y al cabo se trata de jugar, así que Messi no juega, no jugará en el equipo, pero el equipo seguirá jugando a que lo tendrá, a lo mejor, algún día, aunque sea por unas horas. Desolación, que palabra tan pura para tanta ilusión perdida.   

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