GOLPE FRANCO

Jordi Alba y los herederos

Jordi Alba

Jordi Alba / JORDI OTIX

Juan Cruz

Juan Cruz

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El Barça nos depara sorpresas y duelos, pues nada humano le es ajeno, y por eso se producen despedidas e ingresos que afectan por un rato o para siempre a los que queremos a este equipo y no nos importan los otros. A veces pienso, francamente, que no soy aficionado al fútbol, sino que soy aficionado al Barça, que son sus desmejorías o sus triunfos los que de veras marcan la tristeza que me produce la derrota o la alegría que proviene de sus goles. Naturalmente, la vida me ha depurado, de modo que ahora, al contrario de cuando era un muchacho que sollozaba ante los desastres, en mi época de mayor madurez futbolera he adquirido la costumbre de razonar. De modo que ahora entiendo cuando pierde el Barcelona y soy capaz de explicarme por qué los otros son mejores.

En este tiempo he conocido a algunos jugadores barcelonistas, como Messi o como Jordi Alba. Uno se ha escurrido, creo que razonándolo bien, a pesar de que tengo la impresión de que lo llevaba razonado desde que se fue hace dos años, y el otro se acaba de ir, él también, entre lágrimas. Llorar es de niños, decían en nuestra infancia los que ya habían llorado y seguían llorando aún siendo adultos. Messi lloró al irse, y ahora que de cierta manera también se acaba de ir de nuevo, no ha derramado ni una lágrima ante los compañeros que acogieron sus declaraciones en las postrimerías de la sensación de que a lo mejor, a lo mejor, volvía.

La marcha de Alba ha sido, en esta ocasión, más dramática. Mucho más que en el caso de Busquets, que tiene una sonrisa de su propiedad que no lo abandona ni cuando se enfada con los árbitros. El mejor lateral que ha tenido el equipo en muchos años se bañó en lágrimas (“bañada en lágrimas”, le decía Gabriel García Márquez a su agente, Carmen Balcells) en el anuncio de su retirada. Miraba alrededor, cuando llegó al banquillo, para compartir su llanto con una cara más, pues no quería que nadie sintiera que él se olvidaba de cualquiera de los que pasaron su vida esperando que él centrara para que otro, Messi, generalmente, rematara.

Ese día en que se marchó, o se anunció su marcha, pues ahora regresa nada menos que a la selección, me acordé de la única vez en mi vida en que me lo encontré. Él iba en la parte de business de un avión de Iberia, viajaba desde Barcelona a Madrid con algún otro futbolista para entrenarse con la selección española. Era tan joven como lo son ahora Gavi, Ansu Fati o Pedri, y jugueteaba de coña con otro compañero suyo de cuyo nombre no consigo acordarme.

Por ese avatar que nos persigue cuando vemos a los famosos, por su cara, por su juego, como en este caso, o por su manera de estar, sentí que tenía que saludarlo. Años atrás, cuando él tenía la edad que en ese momento de nuestro único encuentro tenía Alba, me encontré en un autobús de Iberia, en Barajas, con Messi. A éste sí lo saludé, nos dimos la mano, que él había estado ejercitando en las barras de aquella guagua en la que iba acompañado de otros amigos que no tenían pinta de futbolistas, y después se fue con esa indiferencia que producen los encuentros a altas horas de la noche.

Pero a Alba no le dije nada. Me pareció, francamente, un adolescente que hacía travesuras en primera clase, y durante el rato que mis ojos se cruzan con los suyos (y debo decir que no olvido el instante) parecía dispuesto a hacer de ese trayecto aéreo un instante de diversión, de modo que no quería otras distracciones de los adultos que lo reconocieran.

Un muchacho que se iba a comer el mundo. Y se lo ha comido. Como se lo están comiendo, cada uno de la manera que se adapta a su modo de ser y de estar, sus herederos, Ansu Fati, Pedri y Gavi. Siempre he pensado que los futbolistas que nacen con tan buena estrella estarán para siempre en el Barça, que nunca llegarán a las lágrimas de Messi o de Alba, e incluso de Busquets. Pero del mismo modo que los aficionados lloramos por los que se van, ellos también llorarán alguna vez por irse, y nosotros, si seguimos aquí, cerca del color azulgrana, también lloraremos porque habrán sido parte de nuestras aspiraciones de ganar… o de perder habiendo jugado como Dios manda.  

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