Viajes
Carles Sans
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Guaguas voladoras

Los aviones se han transformado en auténticas lanzaderas que aterrizan para cargar y descargar personas y bultos, que para según qué compañías vienen a ser lo mismo

Un avión de la flota de Iberia.

Un avión de la flota de Iberia. / Iberia

Hubo una vez que viajar en avión era un lujo que no estaba al alcance de todos. Lo hacían solo ejecutivos y la gente de dinero. En España, las azafatas eran niñas de casa bien que dominaban algún idioma, vestían elegantes uniformes y se les exigía ser guapas. Afortunadamente, en la actualidad viajar en avión ya no es una actividad elitista y a las azafatas se les exigen otras cosas. Pero empiezo a pensar que, de unos años a esta parte, nos hemos ido de un extremo a otro. Ahora los aviones se han transformado en auténticas lanzaderas que aterrizan para cargar y descargar personas y bultos, que para según qué compañías vienen a ser lo mismo. Antes, al llegar a tu destino, a pie de avión había una brigada para limpiar el interior, así el pasaje siguiente se lo encontraba aseado. Ahora el grupo de limpieza brilla por su ausencia. Alguna vez me he encontrado, en la bolsa delantera de mi asiento, desechos del pasajero anterior. A la hora de embarcar se forman unas colas ante los números uno, dos y tres. En el caso del número uno, que corresponde a los primeros asientos, sirve de muy poco haber pagado por ello, porque lo ocupan decenas de personas que se disputan los primeros puestos del avión, lo que amaga una disimulada lucha por ocupar los departamentos superiores donde se dejan las maletas. Cuando he tenido la suerte de entrar de los primeros, ¡oh, sorpresa!, ya hay maletas colocadas, incluidas las de la tripulación, que ocupan los primeros departamentos. ¿De qué nos sirve pagar más por algo que no te garantizan? Suelo viajar en los asientos de delante, procuro llegar pronto para ocupar la pole en la “parrilla de entrada” del avión; cuando lo consigo, encuentro lugar para mi maleta; si no, he de llevarla donde haya un espacio vacío, varias filas más atrás. La estrechez de un pasillo de avión nos vuelve a todos comprensivos, salvo al llegar al destino, momento en el que todos tenemos ganas de abandonar el avión y nos vemos en la embarazosa situación de tener que recuperar una maleta que está siete u ocho asientos más atrás. Ahí se tensa la cosa y has de aguantar las miradas de reproche de quienes han de apartarse a tu paso. 

Jaulas con gallinas

Lo de hoy ya no es volar en avión, me recuerda más a viajar en una guagua dominicana, eso sí, voladora, en la que por suerte todavía no dejan entrar jaulas con gallinas, pero al paso que vamos, todo llegará. 

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