La campaña militar (95)

Bélgorod, apenas una llamada de atención para Moscú

Moscú tendrá que dedicar más fuerzas para mantener el control territorial, detrayendo efectivos de las sucesivas líneas defensivas que ha estado construyendo para tratar de resistir la inminente embestida ucraniana

Un depósito de combustible en llamas, en Belgorod

Un depósito de combustible en llamas, en Belgorod / REUTERS / MINISTERIO DE DEFENSA RUSO

Jesús A. Núñez Villaverde

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En términos castizos el ataque realizado el pasado día 22 en varias localidades de Bélgorod (provincia rusa limítrofe con la ucraniana Járkov) por unidades paramilitares de la Legión para la Libertad de Rusia y del Cuerpo de Voluntarios Rusos se ajusta al pie de la letra al dicho de “donde las dan, las toman”. Desde hace al menos tres meses, efectivos de esos mismos grupos vienen realizando acciones similares en dicha provincia, sin que en ningún caso hayan logrado ni conquistar terreno ni mucho menos mantenerlo. Por eso, más allá del impacto mediático y declarativo que han provocado, no cabe imaginar que tengan la capacidad para alterar el curso de la guerra.

Eso no los convierte, en todo caso, en una mera anécdota. Por un lado, son una muestra del descontento interno contra el Kremlin, hasta el punto de que, como también ocurre con chechenos y bielorrusos, no solo hay ciudadanos rusos que escapan del país para no ser movilizados, sino que otros están dispuestos a tomar las armas contra Moscú y sumarse a las fuerzas ucranianas. Por otro, aunque se estima que su entidad no supera los escasos centenares y apenas cuenten con algún material que Kiev haya puesto en sus manos, pueden llevar a cabo ataques puntuales que resulten dolorosos para Rusia, no tanto en términos militares como políticos, puesto que su ejemplo puede galvanizar a otros rusos críticos o descontentos con Vladímir Putin en las diferentes republicas de la Federación de Rusia. Y si esa llama prende en otros lugares, Moscú se verá obligado a aumentar todavía más la represión violenta contra quienes se le opongan, con el consiguiente impacto negativo que ello produzca tanto en su imagen internacional como en su gestión de los asuntos internos.

En el plano militar, como mínimo, si esos grupos persisten en el empeño de golpear en suelo ruso próximo a Ucrania, Moscú tendrá que dedicar más fuerzas para mantener el control territorial, detrayendo efectivos de las sucesivas líneas defensivas que ha estado construyendo desde hace meses para tratar de resistir la inminente embestida ucraniana. O, lo que es lo mismo, ofrecerá más opciones a las fuerzas atacantes para elegir el punto preciso sobre el que ejercerá el esfuerzo principal.

Crear incertidumbre

En lo sucedido también puede vislumbrarse una pauta de comportamiento por parte de Kiev que ya tiene precedentes. Por una parte, parece que Zelenski se ha comprometido a no atacar territorio ruso con las armas que sus aliados occidentales le están entregando. Pero, por otra, se detecta un creciente interés por usar sus propias armas (como las empleadas para atacar la base aérea de Engels 2) o efectivos extranjeros como los ahora empleados en Bélgorod para devolver algún golpe a su enemigo y crear incertidumbre sobre la intención última de sus planes. Aun así, sería ilusorio pensar que una fuerza de tan escasa entidad vaya a ser capaz de tomar territorio ruso como una baza para una posterior etapa de negociación en la que Kiev pudiera plantear un intercambio de territorios con Moscú.

No hay en Bélgorod un objetivo militar más relevante que tantos otros que puedan encontrarse a lo largo de los 1.000 kms de frente, lo que hace pensar en esas localidades atacadas como meros objetivos de oportunidad, junto al intento ucraniano de desviar el foco de atención mediático y simbólico centrado estos días en la pérdida de Bajmut. Si además de eso, Rusia vuelve a responder tan mal como lo ha hecho desde el inicio de la invasión, lo ocurrido podría convertirse en algo más.

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