Gárgolas

La serpiente, la cáscara y el huevo

Hay que denunciar no solo la presencia de violentos, sino sobre todo todas aquellas plataformas de opinión que les edulcoran o matizan

Invasión de ultras para echar al Barcelona del césped

Invasión de ultras para echar al Barcelona del césped / JOSEP LAGO/AFP

Josep Maria Fonalleras

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Es evidente que es necesario constatar la gravedad de lo ocurrido en el RCDE Stadium tras el triunfo del Barça. Hubo momentos en que pareció que los alocados seguidores pericos que saltaron al césped estaban en condiciones de atrapar a los jugadores azulgranas, que habían roto el corro a marchas forzadas para no ser engullidos por aquella muchedumbre de energúmenos que se mostraban indignados por una “provocación” que creo que fue del todo inexistente. Dejando aparte la sangre fría de Carles Naval, que fue hacia el túnel caminando como si nada, el resto vivieron momentos de verdadera angustia porque, en un espacio como aquél, indefensos ante la salvajada anunciada, peligraba su integridad.

Connivencia

Esto es así. Se mire como se mire. Cualquier matización, cualquier edulcoración de la escena va a favor de los violentos y nos enfrenta a una situación que no es patrimonio exclusivo del fútbol y de su entorno, sino que se extiende a toda la sociedad. El caso de los fascistas agrupados bajo la bandera de Desokupa, con la uniformidad cohesionadora de la violencia explícita, es el último ejemplo. Por eso hay que denunciar no solo su presencia, que incorpora la posibilidad de ir ocupando espacios de poder civil, no solo el comportamiento descerebrado, sino sobre todo todas aquellas plataformas de opinión que les edulcoran o matizan. Sin ir más lejos, y a raíz de los hechos de Cornellà-El Prat, las declaraciones de quien fue presidente del Espanyol, Joan Collet. Ha dicho que "la gente no saltó para agredir a los jugadores, saltó para que se marcharan al vestuario". Es decir, les justifica, banaliza sus acciones. Ante todo, aunque lo hubieran hecho “solo” para provocar la desbandada y las correderas, esto también sería violencia. Y a fe que lo consiguieron. No por decisión libre de los jugadores y técnicos del Barça, sino porque temían justamente que la intención de los ultras fuera la agresión. Agredir no es sólo dar un puñetazo o lanzar una valla, sino amenazar con una valla o con un puñetazo para conseguir un objetivo. La intimidación forma parte intrínseca de la violencia. En segundo lugar, ¿cómo sabía Collet las últimas intenciones de los furibundos atacantes? Visto en directo, aquella pandilla de fascistas querían atizar. Vale, no toda la afición del Espanyol es así. Ciertamente. Pero no hablamos solo de fútbol, sino de connivencia y conmiseración (y tolerancia) con la derecha extrema. La serpiente que rompe la cáscara del huevo.  

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