Revolución educativa

Curiosidad prudente para afrontar la inteligencia artificial en educación

Cuestionar, experimentar y entender esta tecnología nos servirá para poder acompañar mejor al alumnado que ya lidia, prácticamente sin referentes, con algoritmos que los analizan y etiquetan

La inteligencia artificial ha entrado en las aulas.

La inteligencia artificial ha entrado en las aulas. / Alexandra_Koch en Pixabay.

Héctor Gardó

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Observamos asombrados como cada semana aparecen nuevas soluciones de inteligencia artificial (IA) que colonizan atributos que pensábamos que estaban solo al alcance de los humanos. Es algo intelectualmente estimulante, pero que inevitablemente también nos crea desazón, dado que cada vez hay menos espacios que aún consideramos incuestionablemente nuestros, tales como: la empatía, el liderazgo o el espíritu crítico.

Las escuelas, como espacios intensivos en la relación humana con la información, se han visto expuestas a este bombardeo de noticias y presiones. Un chaparrón que llega cuando aún estamos recuperándonos de la escolarización en confinamiento, y cuando estamos lidiando con una digitalización educativa desplegada por las administraciones a marchas forzadas. Ante esto, comparto tres reflexiones dirigidas a docentes y comunidades educativas, por si pueden acompañar los debates sobre la IA que ya forman parte de nuestra cotidianidad. Ahora bien, a corto plazo, hay que tomar decisiones y posicionarse.

Primera. A la espera que las legislaciones en IA educativa se consoliden, sigamos el consejo de Vito Corleone “mantén a tus amigos cerca, pero a tus enemigos aún más cerca”. Algunas herramientas de IA pueden suponer un riesgo para la privacidad de sus usuarios. Un factor aún más preocupante con menores. Los registros de nuestra actividad quedan almacenados, por lo que estamos siendo perfilados en tiempo real, igual que lo hacen las redes sociales. Como educadores, debemos crearnos un criterio profundo y actualizado. Cuestionar, experimentar y entender la IA nos servirá para poder acompañar mejor al alumnado que ya lidia, prácticamente sin referentes, con algoritmos que los analizan y etiquetan.

Segunda. Las escuelas tienen una transición pendiente. Muchas siguen centradas en el conocimiento, cuando su valor está en la capacidad de generar crecimiento. La IA nos pone, de nuevo, frente al espejo de algo que ya sabemos desde hace años: ir a la escuela para “saber cosas” ya no tiene sentido. A los alumnos no les motiva y a los docentes los infravalora. Más allá de los sesgos y lagunas que tiene la IA, hay que reconocer que nos da la capacidad de acceder y gestionar la información de una forma inimaginable. Las escuelas y universidades que ven a ChatGPT como una competencia desleal, en realidad sufren una crisis de identidad. Centremos la misión profunda de la educación en el crecimiento personal, profesional y ético del alumnado y profesorado.

Aprender más y mejor

Tercera. Aprovechemos esto para recoser las redes educativas. Compartamos las mejores metodologías y tecnologías a nuestro alcance para elevar los aprendizajes. Preguntémonos en como podemos utilizarla la IA para los retos que sí que nos importan: diseñar contenidos más eficientemente, evaluar de forma más rica y continua, personalizar la experiencia individual y colectiva de aprendizaje, detectar preventivamente dificultades de aprendizaje o trayectorias de riesgo, etc. Si no nos sirve para esto, si no podemos garantizar usos éticos, si no sirve para aprender más y mejor, dejemos pasar este tren.

Resumiendo. Aliarse con el enemigo, foco en el crecimiento y empoderamiento docente. Por ahora, espero que estas tres reflexiones pueden servir para todas aquellas personas que, como yo, viven con curiosidad y prudencia la promesa de la enésima revolución educativa. 

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