Reconocimiento póstumo

La Creu de Sant Jordi no merece a Marsé

Barcelona reivindica a Juan Marsé, narrador de"la ciudad real y la imaginaria"

A Juan Marsé no le hace falta cruz alguna, no le hacía falta cuando estaba vivo, menos falta le hace estando muerto

Juan Marsé, en la presentación del volumen que reunía sus relatos en el 2017.

Juan Marsé, en la presentación del volumen que reunía sus relatos en el 2017.

Albert Soler

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Leo con estupor que han propuesto la Creu de Sant Jordi a título póstumo para Juan Marsé. En mi opinión, Marsé no se la merece. No se merece esta afrenta a su memoria, quiero decir. Cuando estaba vivo sí que hubiera valido la pena, ya que así habría podido renunciar a ella y ciscarse finamente en la madre de quienes la conceden, como está mandado y como a él le hubiera gustado. Pero si se la conceden una vez difunto, no podrá devolverla y estará condenado a lucirla por toda la eternidad, menuda cruz, valga la redundancia. Pobre Marsé, no imagino mayor humillación, un respeto con los muertos, hagan el favor. Se empieza concediendo a alguien la Creu de Sant Jordi y el paso siguiente es colgarle la Medalla d'Or de la Generalitat. De ahí a la Cruz de Hierro no hay más que un paso. En el Parnaso donde habitan los grandes, se encontraría con Borges y Sábato luciendo la Orden de las Artes y las Letras de Francia, a Henry James con la Orden del Mérito Británico, o a Faulkner con la distinción de Caballero de las Artes y las Letras de su país.

- ¿Y eso que llevas tú qué es, Marsé? -le preguntarían.

- La Creu de Sant Jordi -respondería.

Y venga risas. Y así día tras día. No, mejor dejarle tranquilo, que con el Premio Cervantes ya le da para codearse con sus colegas del más allá.

Sin embargo, temo que el Governet tenga en cuenta la petición. Si Marsé estuviera vivo, no habría peligro de que le dispensaran galardón alguno, siendo como era un botifler, un charnego y un tipo que se ciscaba en la republiqueta. Un mal catalán, en suma, que añadía, a su pecado de escribir en castellano, el de hacerlo mil veces mejor que los afines al régimen que escriben en catalán. Una vez muerto, capaces son de agraciarle con la Creu de Sant Jordi, solo por joderle. El lacismo no perdona a los desafectos, ni aun difuntos.

La Creu de Sant Jordi es una inutilidad, pero si te la otorgan cuando has muerto, la inutilidad es doble, eso le hurta a uno la posibilidad de devolverla, a poder ser tirándola con desprecio, aquí la tenéis, colgárosla en el culo, como hizo la Sardà (lo de devolverla, no lo de colgársela ahí). Sirve para despreciarla. Bueno, y para que al morirte te paguen una esquela con dinero público, pero si te haces una póliza de Ocaso o de Santa Lucía eso también te entra, y encima añaden un ramo de flores sobre el féretro y un pianista tocando 'El Cant dels Ocells'. Si por alguna razón (sea por estar muerto, sea por pereza) no la devuelves, es un trasto inútil que termina en el cajón de las llaves antiguas, los tornillos, los encendedores que no funcionan y un recuerdo del viaje a Lourdes.

A Marsé no le hace falta cruz alguna, no le hacía falta cuando estaba vivo, menos falta le hace estando muerto. Hizo más él por Barcelona y por Catalunya que todos los que andan repartiendo medallas de buen catalán desde que alguien que se encontraba aburrido las inventó, allá por 1981. Para qué necesita una medalla póstuma quien dejó para la posteridad la mejor respuesta jamás ofrecida a la recurrente pregunta de por qué no escribía en catalán: "Escribo en la lengua que me sale de los cojones". Aquí termina cualquier discusión lingüística, patriótica o nacional, y además la frase encierra toda una filosofía: para qué justificarse, para qué contemporizar, para qué razonar con quien no razona y para qué intentar hacerse perdonar. Esa enseñanza vale por cien Creus de Sant Jordi.

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