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Borràs y el régimen del 78

Laura Borràs y Quim Torra se saludan

Laura Borràs y Quim Torra se saludan / LORENA SOPENA / EUROPA PRESS

Albert Sáez

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La razón se pierde cuando en nombre de las presuntas convicciones se acaba negando la realidad. El discurso de Laura Borràs después de ser condenada por amañar unos contratos con un amigo suyo fue el mismo que hubiera hecho si la sentencia no incluyera una petición de indulto porque el tribunal considera que no tiene otro remedio que imponerle una pena a pesar de encontrarla desproporcionada. Este exquisito respeto por los derechos de una persona juzgada, propio de un Estado de Derecho, contrasta con las palabras de Borràs sobre la presunta persecución política que ha sufrido por sus ideas políticas y la injusticia de su procesamiento. La inmensa mayoría de los independentistas han entendido que a la todavía presidenta del Parlament no la han juzgado ni la han condenado por su defensa del 1-O ni por su defensa de la legitimidad del 'president' Puigdemont. Por eso siempre que convoca a los ciudadanos para apoyarla acuden cuatro gatos. Eso sí, la dirección de su partido, incomprensiblemente, asiste en pleno porque tienen pánico a que encabece esa lista cívica con la que amenaza la ANC. Este despropósito, además de empequeñecer al propio movimiento, es un insulto moral a las personas que sí que hayan podido sufrir algún exceso judicial por sus ideas políticas. Pero la justicia de los regímenes autoritarios jamás perdona una pena si logra imponerla.

La obcecación de Borràs y la cobardía de su partido (en privado nadie la soporta) dejan al Parlament en una situación penosa, con una presidenta apartada del cargo por estar condenada por corrupción que se niega a dimitir. Para llegar a esta situación, dicen algunos, no hubiera hecho falta dinamitar CDC, arrasar el PDCat y fundar Junts. En su verborrea, Borràs evita que la legalidad que la hace presidenta del Parlament es la misma que la de la justicia que la condena. De manera que, si fuera tan pura como dice, dimitiría de un cargo reinstaurado por lo que ella llama el "régimen del 78", un nido de corrupción y facherío. Pero no, la frivolidad política de Borràs la lleva, como dice un dicho catalán, a reirse "del mort i del qui el vetlla" (del muerto y del que lo llora) mientras Turull se avergüenza en silencio. En el régimen del 78, según le parece a Borràs, todo es espurio menos el sueldo.

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