Feijóo y el simulacro de Tamames
Ni la moción logró ningún tipo de censura ni la coalición salió reforzada más allá de la puesta de largo de Yolanda Díaz
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Albert Sáez
Por una vez en la vida, la actitud de un político de primera línea se ha parecido a la de mayoría de la población: Alberto Núñez Feijóo ha pasado olímpicamente de la moción de censura de Tamames promovida por Vox. Por mucho que nos hayamos esforzado los medios y se hayan esforzado los políticos, lo que pasó en el Congreso fue una ecocámara como la copa de un pino, de manera que la reverberación fue tan intensa en un perímetro tan reducido que casi les estallan los oídos. Ni la moción logró ningún tipo de censura ni la coalición salió reforzada más allá de la puesta de largo de Yolanda Díaz que lleva tantas fiestas de los 18 años que al final envejecerá como proyecto político antes de hacerse realidad. Las cosas están donde dijimos que estaban como recuerda Joan Cañete: las elecciones de diciembre se juegan en la suma de los bloques más que en el que llegue el primero a la meta.
Ensordecidos por ese inicio de semana onanista, los políticos han vuelto a la realidad. PSOE y Unidas Podemos no han avanzado ni un milímetro para soslayar el siguiente obstáculo que es la ley de vivienda. Feijóo compara la reforma de las pensiones en España y en Francia de manera inoportuna a las puertas de una cumbre europea. Y Sánchez, como Felipe González en sus últimos tiempos, consigue en la agenda internacional la gloria que le niegan en casa, ahora con un importante viaje a China justo a la vuelta de Xi Jinping de Moscú. Y vuelve el fantasma de la dimisión en bloque de los caducados vocales del Consejo General del Poder Judicial. Nada diferente en la agenda que antes de la moción.
Estos episodios de ensimismamiento no ayudan a la política a aproximarse a la sociedad y no hacen otra cosa que dar alas a los populismos. La realidad sigue tozudamente imponiéndose con un crecimiento económico amenazado por la inflación y la zozobra por la salud de los bancos a los que cuanto más gritan que no les va a pasar nada, menos se los cree la gente. Obsesionados por la tecnología, olvidamos que la falla sistémica que nos ronda tiene otro origen: la desconfianza, el simulacro que denunció Baudrillard.
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