Las sospechosas prisas de la ANC
El afán por acudir a las urnas al margen de los partidos puede responder al interés por camuflar las pésimas expectativas electorales de Junts
Jordi Mercader
Periodista.
La ANC se imaginó la vanguardia popular de la revolución de las sonrisas en su marcha imparable y teóricamente inevitable hacia una república que no fue. A partir de este disgusto colosal, la división entre los tres partidos soberanistas afloró con la naturalidad disimulada hasta entonces y las dos entidades movilizadoras se divorciaron. Finalmente, la asamblea de nombre pretencioso ha entrado en crisis al intentar confundir la lista cívica con una simple maniobra para complicar la vida a ERC, el partido del actual presidente de la Generalitat.
La mayoría de independentistas que no militan en los partidos y defienden la lista cívica como fórmula mágica vienen denunciando el triste papel de los representantes institucionales del soberanismo antes, durante y después del choque con el Estado; sin embargo, no todos creen que esta candidatura deba servir, solo, para pasar cuentas por tanta incompetencia. Y no únicamente porque esta lista profundizará la desunión crónica del movimiento de no ser aceptada por todos, sino por el error histórico que implicaría gastar el cartucho de la iniciativa electoral popular antes de abrirse una ventana de oportunidad. Primero, dicen, habría que disponer de una nueva hoja de ruta para reeditar el embate contra el Estado. Y al no haber consenso sobre ningún plan, podría sospecharse que las prisas de la ANC para acudir a las urnas al margen de los partidos responden al interés por camuflar las pésimas expectativas electorales de Junts.
No hay hoja de ruta porque esta no la pueden escribir los mismos que fracasaron y porque el movimiento, desde su soberbia injustificada, ha sido incapaz de asumir responsabilidades internas por el fiasco de 2017, al margen de haber pagado su factura judicial. La ANC no desaparecerá mañana, no lo hará mientras tenga dinero para sobrevivir y lo tiene. Esta es la mejor garantía de que el independentismo seguirá desmayado anímica y políticamente, para sosiego de la media Catalunya fatigada por la primera asonada.
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