Jordi Pujol, el hombre mayor que falló al joven que fue
Al 'expresident' solo le queda asistir al intento de resurrección moral que, al fin, es su principal obsesión, orquestada por él mismo, desde la atalaya de quien sabe que, en el fondo, está solo
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Josep Maria Fonalleras
No se puede asegurar con precisión que el proceso de reconstrucción de la figura de Jordi Pujol, la remisión de los pecados confesados en julio de 2014, la resurrección de la carne patriótica y la vida política perdurable, formen parte de una campaña diseñada por amigos o devotos, por colectivos como el llamado Tagamanent-Construir Catalunya, o por sí mismo. Pero sí que desde entonces, cuando se supo todo lo de la 'deixa' y cuando, después, se conocieron más detalles de la familia, que la fiscalía considera una “organización criminal”, ha habido una retahíla de episodios para recuperar la figura de quien, con apenas 10 años, subió justamente al Tagamanent (cima mítica) para contemplar el país devastado y escuchar las palabras de su tío Narcís: “Nos va a costar mucho rehacer todo esto”. En julio de 2020, Jordi Pujol volvió allí, con 90 años, y parece que consideró que todo lo que contemplaba estaba bien.
Con mayor o menor intensidad, los amigos y devotos del pujolismo se han encargado, poco a poco y con constancia, de rehacer el mal hecho, de blanquear al personaje, a medio camino del Moisés que no podrá cruzar el Jordán ni entrar en la Tierra Prometida y del hombre abatido por un final de la vida (recordemos que está pendiente de un juicio por corrupción y otras bagatelas) salpicado de secuencias catastróficas para su imagen. Desde hace más de cinco años, los del Tagamanent organizan revisiones de su obra de gobierno con conferencias en el Cercle Artístic. También ha habido homenajes y reconocimientos públicos, algunos con sordina, pero el estallido de la digamos campaña ha llegado en los últimos meses, justo después del ictus que el expresidente sufrió. Ya había intervenido hace un año en un acto en el Paraninfo de la Universitat de Barcelona ('Escolta, Europa'), pero el retorno pujolista se ha concretado con la asistencia, en diciembre, a la celebración del 90º aniversario del Parlament de Catalunya y, esta misma semana, con la presentación de la candidatura de Xavier Trias, con la capilla ardiente por Josep M. Espinàs y, sobre todo, con la presentación de la reedición comentada y ampliada del primer libro de Jordi Pujol: 'Des dels turons a l’altra banda del riu. Entre l’acció i l’esperança' (Editorial Comanegra) en la Llibreria Ona.
Pujol ha vuelto. Ha vuelto "el alma del presidente", como dijo Iolanda Batallé. Un alma que “es la semilla de todo” y que se concreta, esa alma, en unas notas escritas en prisión entre 1961 y 1962, publicadas en 1978 y ahora recuperadas, cuyo prólogo es a la vez programático y enigmático. “Ojalá”, añadía Batallé, “que ese espíritu se injerte en las nuevas generaciones de patriotas”. Las colinas de Pujol eran el espacio donde se refugia el ejército después de una derrota, con la idea de crear un nuevo ejército, renovado moralmente. Lo eran y parece que lo vuelven a ser. Era la consigna de los años 60 y lo es ahora, en el homenaje a sus 93 años. El editor Joan Sala ha proclamado que es necesario que las nuevas generaciones sepan quién forjó el país, "lejos del ruido que hay alrededor del presidente". Hombre sí, ruido lo hay, y más que lo habrá cuando se le juzgue. Más que ruido: cañonazos a la línea de flotación. La Llibreria Ona debía ser una ola de reconocimiento y a fe que tuvo momentos para ponerse estupendo, como el adorno musical con 'El cant de la senyera' en rememoración de los Fets del Palau o como los aplausos animados del público. Pero no dejó de ser, al mismo tiempo, una especie de liturgia terminal, con el Pujol de siempre, medio en broma, medio trascendente, medio Capri que busca las gafas perdidas y medio Moisés que clama contra el pueblo: “El Señor, por vuestra culpa, se irritó contra mí y no me escuchó”.
Actuar ya está fuera de su alcance, como él reconoce en el prólogo. "Y la esperanza quizá también". Solo le queda asistir (“mi primera obligación es mantenerme vivo”) al intento de resurrección moral que, al fin, es su principal obsesión, orquestada por él mismo, desde la atalaya de quien sabe que, en el fondo, está solo. Aquel hombre mayor, “muy mayor”, estaba contento de estar en la Llibrería Ona y de recuperar al primigenio Pujol sacrificado que apostaba por la dignidad de una nación: “He fallado al joven que yo era”, dijo. “Tengo convicción, fe, esperanza, todo lo que queráis, pero no puedo estar contento; ni conmigo mismo ni con mucha gente”. Aquel hombre viejo escribe ahora desde la cárcel de un alma dañada.
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