Artículo de Rafael Jorba

Cumbre España-Francia: 'A l'hort i a l'era'

Sánchez y Aragonès deberían haber situado los retos de la cumbre en su frontispicio y haber dejado que la ciudadanía sacase sus propias conclusiones

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron. / Kai Forsterling/EFE

Rafael Jorba

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La cumbre hispano-francesa en la capital catalana representará un paso adelante en las relaciones bilaterales: la firma del Acuerdo de Barcelona, un nuevo tratado de amistad entre ambos países, y la impulsión del hidroducto que transportará hidrógeno verde a Marsella, una infraestructura energética que supone una apuesta de futuro para la Unión Europea. Se trata de dos hitos mayores, en el plano bilateral y en el comunitario, que deberían haber servido para dejar de lado toda referencia a la agenda interior catalano-española.

Es verdad, objetivamente, que la elección de Barcelona para la cita del jueves no habría sido posible sin el “nuevo paradigma”, en expresión del Gobierno central, que representa la normalización de las relaciones entre los presidentes Sánchez y Aragonès, pero no era necesario que se verbalizara ni menos aún que, en clave interior, se presentase como la puesta de largo del entierro del ‘procés’. Un exceso de gesticulación y lenguaje metafórico que ha servido, paradójicamente, para recomponer circunstancialmente a un independentismo fracturado.

De hecho, a diferencia de lo sucedido en la última Diada, ERC se manifestará en la protesta que el resto de partidos y entidades 'procesistas' prepara para este jueves y, paralelamente, el coordinador general del partido, el ‘president’ Aragonès, actuará de anfitrión de Pedro Sánchez y Emmanuel Macron. No se puede estar “en misa y repicando”, se han apresurado a exclamar sus críticos, un refrán castellano que tiene su equivalente catalán: “No es pot ser a l’hort i a l’era”. Sin embargo, también el presidente Sánchez se situó previamente en una posición similar: la Moncloa se apresuró a enmarcar la cumbre hispano-francesa en la agenda de la normalización institucional del ‘posprocés’.

Siguiendo con el refranero catalán, Sánchez y Aragonès deberían haber acotado su gesticulación previa: “Si no vols pols, no vagis a l’era; si no vols fang, no vagis a l’hort”. Es decir, ambos deberían haber situado los retos mayores de la cumbre en su frontispicio y haber dejado que la ciudadanía se cuidase de sacar sus propias conclusiones en el plano de la política interior. Además, más allá de las fracturas del ‘procés’, Catalunya goza de una posición institucional en el marco de la España autonómica que contrasta con el caso de Francia: exportó al mundo el lema de la República –“Libertad, igualdad, fraternidad”–, pero tiene aún en la diversidad su asignatura pendiente.

La cumbre de Barcelona podría haber servido para visualizar la complejidad española. No deja de ser paradójico que Macron tenga serias dificultades para administrar la nueva pluralidad parlamentaria francesa en contraste con el buen hacer, en este campo, de Sánchez. Es una pena que no sepamos esgrimir las diferencias que atesoramos: la Constitución francesa consagra el concepto de “pueblo francés” y define el francés como “la lengua de la República”; la Constitución española recoge en su preámbulo el concepto de “pueblos de España” y establece que “las otras lenguas españolas serán oficiales en sus respectivas comunidades”.

Este déficit francés, en el plano territorial, hace que la Catalunya francesa (Pirineos-Orientales) sea uno de los trece departamentos de la región de Occitania, resultado de la fusión de las antiguas regiones de Languedoc-Rosellón y Midi-Pirineos. Este es también el caso del País Vasco francés, integrado en el departamento de Pirineos-Atlánticos, con capital en Pau, y en la región de Nueva-Aquitania (Mitterrand prometió dar a Bayona un departamento vasco y aún lo esperan). Y un dato colateral: Perpinyà, la capital de la llamada Catalunya Nord, tiene desde las municipales de 2020 un alcalde lepenista.

Triste espectáculo, en resumen, el de una querella ‘hispano-española’ en el marco de una cumbre en Barcelona con la vecina Francia que, en el plano de la pluralidad territorial y lingüística, podría haberse mirado con envidia en el espejo español (Aragonès pide que la cumbre avale la oficialidad del catalán en Europa; podría haber empezado por pedirla en Francia). Sí, no se puede estar 'a l’hort i a l’era’, que decíamos al inicio. Pedro Sánchez, al haber enmarcado la cumbre en la agenda catalana, verá como la derecha española aprovecha el polvo de las protestas. Y Pere Aragonès, con un pie en el asfalto y otro en la alfombra roja, recibirá críticas cruzadas del independentismo y del unionismo.

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