La triple reinvención del papa Ratzinger
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Benedicto XVI en la Sagrada Familia / JULIO CARBÓ
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Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Albert Sáez
El papa Ratzinger, Benedicto XVI, acumula todas las contradicciones de la Iglesia católica desde el Concilio Vaticano II hasta hoy. Fue uno de los jóvenes teólogos del influyente grupo de lengua alemana que alimentó doctrinalmente el aperturismo impulsado por Juan XXIII. A los de menos de 50 años, todo esto les sonará a chino, pero para que lo entiendan aquel Papa es lo más parecido al actual Francisco que ha tenido el catolicismo en los últimos 70 años. Pero Ratzinger, y el conjunto de la Iglesia, entró en modo pánico al ver los efectos que las tesis del Vaticano II tuvieron en el catolicismo: cientos de miles de secularizaciones, pérdida del poder y falta de simpatía de los sectores conservadores occidentales. Así que Ratzinger pasó de discípulo de Karl Ranher a juez de Leonardo Boff, máxima expresión de lo que muchos consideraron un exceso de disolución en el mundo secular. Como le gustaba decir al vaticanólogo Juan Arias, Ratzinger dirigió, con mano de hierro, el ex-Santo Oficio, la Congregación para la Doctrina de la Fe. Desde esa atalaya, y bajo el manto protector de Juan Pablo II, el cardenal alemán hizo la contrareforma del Vaticano II, una enmienda a su propia obra. Esa capacidad de irradiar seguridad le llevó a ser elegido Papa cuando ya no tenía edad para ello. Pensaron que podrían manejarlo, pero Ratzinger, un racionalista disfrazado de místico, volvió a reinventarse. Y fue el primer Papa en dimitir en ocho siglos. Antes de hacerlo, se autoenmendó otra vez. Inició una cruzada contra los pederastas y sus encubridores y contra el gobierno en la sombra del Vaticano en tiempos del papa polaco. Su último servicio fue indultar al mayordomo que había filtrado los documentos del llamado 'Vaticanleaks'. Y cuando le fallaron las fuerzas para adversarios de semejante tamaño dimitió, pero obligó a todos los cardenales que tenían que votar a su sucesor a leer un informe confidencial sobre los métodos de encubrimiento de la pederastia y de la red de negocios basada en la inmunidad diplomática de la alta jerarquía de la Iglesia. Tras leer esos papeles, los cardenales no repitieron el error de votar a alguien de la curia romana. El miedo a la Modernidad sigue siendo la asignatura pendiente del catolicismo, más de su jerarquía que de sus bases.
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