Retrato de Joseph Ratzinger

Muere Benedicto XVI, el Papa intelectual que luchó (y perdió) contra la pederastia y la corrupción en la Iglesia

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Joseph Ratzinger ha pasado a la historia por ser el primer pontífice en abdicar en la historia moderna

Irene Savio

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Con el fallecimiento de Benedicto XVI (Marktl, 1927- El Vaticano, 2022) llega a su fin una etapa inédita en la Iglesia católica, en la que durante casi 10 años han convivido dos Papas: uno reinante, Francisco, y otro, el antaño cardenal Joseph Ratzinger, jubilado. Hasta su dimisión en 2013, los Papas modernos no renunciaban; seguían en 'el trono de Pedro' hasta su muerte. Pero el 11 de febrero de aquel año, el entonces pontífice alemán abrió la puerta a un desenlace sin precedentes hasta ese momento. Anunció que tiraba la toalla y dejaba de ser Papa, con un gesto único en dos mil años de existencia del catolicismo (prácticamente todos los anteriores pontífices dimisionarios lo hicieron obligados) y por el que en el futuro será recordado en los libros de Historia. 

Fue el epílogo de un pontificado iniciado en 2005 con la engorrosa herencia de su carismático predecesor, Juan Pablo II (a quien, sin embargo, Benedicto colocó en la vía rápida hacia la santidad y beatificó en el 2011), y que marcó el ocaso de la vida pública de un prelado que a menudo desorientó por la complejidad de su figura. Un teólogo que quiso reformar la iglesia desde sus cimientos, pero que finalmente dimitió porque no lograba gobernar las luchas intestinas por el poder, lo que tomó por sorpresa el mundo y dejó perplejos a la Iglesia católica y a sus fieles. En el clero hay "corrupción y suciedad", había avisado, tan solo un año antes de tirar los guantes y convertirse en el Papa emérito, como se optó por llamarlo.

El 'rottweiler' de Dios

Antes de ser elegido Papa, Ratzinger era conocido como el 'rottweiler' de Dios por sus severas posturas sobre asuntos teológicos y sus 24 años como "guardián" de la ortodoxia católica durante el papado de Juan Pablo II, del que había sido prefecto (ministro) de la Congregación de la Doctrina de la Fe (lo que había sido el Santo Oficio de la Inquisión). Más tarde, sin embargo, ya siendo Papa, quedaron en evidencia también sus intentos para adaptar el catolicismo a la modernidad y reparar los errores del pasado, en particular el encubrimiento de los casos de pederastia clerical cometidos precisamente durante la larga etapa de Juan Pablo II, un Papa ante el cual el alemán había tenido que apechugar varias veces.

Empezó el papado con mano firme. Poco después de ser elegido pontífice, el asunto de la pederastia pasó a primer plano de su agenda. El nuevo Papa ordenó poner en la página web del Vaticano los documentos que se referían a la pederastia clerical, las conferencias episcopales de todo el mundo tuvieron que elaborar unas “guías” para la prevención de estos casos, se apartaron al menos dos docenas de obispos encubridores y se instituyó una especie de comisión-tribunal para perseguir a los sospechosos de estos delitos.

El revés de la moneda fue que los abusos sexuales pasaron a marcar y perjudicar la imagen de su papado, más aún después de su decisión de ordenar en 2010 una investigación sobre los casos de pederastia en Irlanda. Eso llevó a la renuncia inmediata de varios obispos, y fue uno de los primeros casos públicos de un escándalo mundial que no se ha apagado aún hoy y que ha salpicado a todos los continentes. 

La Iglesia no salió indemne. Los casos de abusos denunciados ante el fiscal del Vaticano llegaron hasta los 5.000 desde los años 60 hasta su renuncia. En Estados Unidos, media docena de diócesis quebraron económicamente a causa de las indemnizaciones que se tuvieron que pagar a las víctimas, y también el propio Benedicto fue golpeado directamente. Tanto que algunas víctimas incluso llegaron a demandarle ante la Corte Penal Internacional. Un caso que luego quedó en papel mojado después de que el Vaticano dijera que el líder católico no podía ser considerado responsable por los crímenes de otros.

Conflictos internacionales

No fue la única crisis de su papado. El diálogo de Benedicto con las otras religiones tampoco estuvo exento de obstáculos durante su pontificado, como ocurrió con la polémica por su discurso en la Universidad de Ratisbona (Alemania) en 2006. En aquella ocasión, Benedicto hizo una mención indirecta a la expansión violenta de la religión de Mahoma, lo que provocó la ira de los dirigentes religiosos y políticos de casi todos los países musulmanes, así como protestas que incluyeron ataques a iglesias en Oriente Medio y la muerte de una monja en Somalia. El caso finalmente se cerró parcialmente meses después mediante una histórica visita a Turquía, país de mayoría musulmana, donde Benedicto rezó en la Mezquita Azul de Estambul.

Su relación con los judíos también tuvo sus momentos conflictivos. La comunidad montó en cólera cuando Benedicto XVI levantó en 2009 la excomunión a cuatro obispos ultraconservadores, incluyendo a un religioso que negaba abiertamente el Holocausto. Y otro conflicto estalló cuando el pontífice reinició el proceso para poner a Pío XII, acusado de ignorar deliberadamente el Holocausto, en el camino a la santidad.

Peter Seewald, principal biógrafo de Benedicto XVI, también contó cómo, con 16 años, juró fidelidad a Hitler como miembro del Ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial. Este episodio del soldado Ratzinger, que acabó desertando, es quizá el más polémico de su biografía. Aun así, posteriormente, el exPapa alemán también fue elogiado por exonerar (era 2011) a los judíos de las acusaciones de ser responsables por la muerte de Cristo. 

Las comunidades cristianas ortodoxas y protestantes también vivieron momentos de tensión con Ratzinger. En particular, la gran crisis llegó cuando en 2007 aprobó un documento en el que reafirmaba la posición del Vaticano de que todas las otras creencias cristianas, aparte del catolicismo, no eran iglesias de Jesucristo propiamente dichas. Unas ideas que confirmó también en 2011 cuando, durante una cumbre entre comunidades religiosas en Assisi (Italia), no incluyó la oración simultánea común que había sido impulsada por Juan Pablo II en el inicio de estos encuentros en 1986.

Pero, además de la pederastia clerical y la dificultades con las otras confesiones, también la relación de Benedicto XVI con el mundo contemporáneo y la sociedad civil occidental fue a menudo incendiaria. Ejemplo de ello fue la irritación que provocó en Europa y EEUU cuando en 2009, en un avión rumbo a África, dijo a periodistas que el uso del preservativo en la lucha contra el sida solo había logrado empeorar la epidemia. Unas críticas que también arreciaron al año siguiente en Barcelona, donde el alemán utilizó una visita a la Sagrada Familia para condenar el aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual e incluso el divorcio. 

El escándalo Vatileaks

Dentro de la Iglesia no le fue mucho mejor. Cuando Ratzinger comenzó a tocar los ganglios del poder vaticano, de hecho, muchos se le volvieron en su contra. Muestra de ello fue el alejamiento del cardenal Carlo Maria Viganò, al que Benedicto XVI había encargado un informe sobre la corrupción en el Vaticano. Las informaciones contenidas en el documento provocaron tal revuelvo en Roma que finalmente la Secretaría de Estado nombró a Viganò como embajador de la santa sede en EEUU, a miles de kilómetros de distancia de donde opera la curia romana.

Aun así, la operación no puso fin al conflicto. Por el contrario, algunos datos del informe fueron posteriormente publicados en un libro, en el que se contaba que Paolo Gabriele, mayordomo personal de Benedicto XVI, copiaba y sacaba del Vaticano dicha documentación, con la colaboración de algunos cardenales. El sumario y posterior juicio del mayordomo zanjaron el asunto como un caso de infidelidad del empleado. Se trata de lo que se conoció como el caso Vatileaks, del que más tarde se dijo que había sido el verdadero motivo de la renuncia de Benedicto XVI.

Contra el neoliberalismo

Sin embargo, algunas reformas sí las logró encaminar. Frente a los reiterados escándalos sobre las finanzas del Vaticano, en 2010, impuso al Instituto para las Obras de Religión (IOR), la banca vaticana, la adhesión a los protocolos de transparencia financiera internacional contra el blanqueo de dinero. El IOR se adhirió, pero al cabo de un mes la Secretaría de Estado reformó la ley, atribuyéndose la última palabra sobre la transparencia del instituto. Una tácita pero clara desautorización de Benedicto XVI. Aun así, aquella medida puso en marcha un proceso que al día de hoy continúa Francisco, un Papa que ha logrado que el banco haya aceptado los principales convenios internacionales sobre transparencia.

Otro legado son sus textos oficiales. En total, el Papa emérito escribió 25 documentos oficiales y tres encíclicas, entre ellas 'Caritas in veritate', que constituye una de las mayores críticas contemporáneas del neoliberalismo económico actual. Y no es el único mensaje que Benedicto dejó en herencia: también lo es su convicción de que, frente a la globalización y la descristianización, la Iglesia católica debe mantener su identidad, recuperando los principios de su fundación. Aun así Ratzinger no pudo evitar ser considerado un débil por las derechas y un anticuado por las izquierdas.

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