La evolución de Benedicto XVI hasta el papado

La evolución de Joseph Ratzinger: del Vaticano II al Santo Oficio, arrastrado por el pesimismo

En su parlamento a la muerte de Juan Pablo II dibujó el catolicismo como una "pequeña barca" zarandeada por corrientes que acabarán pasando como el marxismo, el liberalismo, el libertinaje, el colectivismo, el individualismo radical, el ateísmo y la espiritualidad vaga

Benedicto XVI (derecha), junto a su hermano Georg Ratzinger, en una imagen de archivo.

Benedicto XVI (derecha), junto a su hermano Georg Ratzinger, en una imagen de archivo. / AP

Ernest Alós

Ernest Alós

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Joseph Ratzinger nació en 1927 en la localidad bávara de Marktl am Inn, hijo de un gendarme rural que se mudó numerosas veces durante los 10 primeros años de vida del hasta ahora Papa. Era un católico profundamente creyente y hostil al nacionalsocialismo: "Veía con incorruptible claridad que la victoria de Hitler no sería una victoria de Alemania, sino del Anticristo"". Y de principios inamovibles: cuando la empresa de mercería a quien la familia compraba género le fue arrebatada a su propietario, judía, el padre se negó a comprarle nunca más ni un botón.

La ideología familiar no evitó a Ratzinger tener que afiliarse a las juventudes nazis y servir durante la guerra en las baterías antiaéreas que protegían una fábrica de motores de aviación de BMW. Aunque sí pudo rechazar alistarse en las SS. En el tramo final de la guerra se fugó y volvió a casa en lo que técnicamente fue una deserción que le podría haber costado caro. Entre mayo y junio de 1945 fue prisionero de guerra del Ejército de EEUU.

Al igual que Karol Wojtyla, la experiencia del nazismo resulta clave en la conformación de su pensamiento. Del ejemplo que dio parte de la jerarquía católica al contemporizar con Hitler sacó la convicción de que "la Iglesia no puede pactar con el espíritu de los tiempos".

Ratzinger, catedrático de Teología desde 1959, a los 32 años, compañero y después némesis irreconciliable de Hans Küng y profesor de Leonardo Boff, fue consultor durante el Concilio Vaticano II del arzobispo de Colonia, Joseph Frings. A él se le atribuye la intervención del cardenal en que calificaba de "fuente de escándalo" el Santo Oficio, la inquisición vaticana que con otro nombre él acabó por dirigir. Fue redactor junto con Karl Rahner de documentos sobre la renovación de la liturgia, o el gobierno colegial de la Iglesia.

Preocupación conciliar

Pero la euforia conciliar no tarda en dar paso a la preocupación. "En el concilio penetró --escribió años más tarde-- algo de la brisa de la era Kennedy, de aquel ingenuo optimismo de la idea de una gran sociedad: lo podemos conseguir todo, si nos lo proponemos y ponemos medios para ello". Sin embargo, llegó a la conclusión de que "se deshizo el trozos el edificio antiguo y no se construyó otro" y que "el vuelco de la Iglesia en el mundo no podía llevar a una renovación de la Iglesia, sino simplemente a su fin".

Inquieto especialmente por la idea de una "soberanía eclesial popular" y la primacía de los teólogos sobre obispos, en su transformación -y en algunas de sus preocupaciones posteriores- tienen un papel clave la revuelta estudiantil de 1968 con la que tuvo que lidiar en la Universidad de Tubinga, donde se repartían octavillas en que se calificaba a Jesús de "guerrillero". "La revolución marxista se encendía en toda la universidad, la sacudía hasta sus cimientos... He visto sin velos el rostro cruel de esta devolución atea, el terror psicológico, el desenfreno con que se llegaba a renunciar a cualquier reflexión moral".

De la renovación, Ratzinger pasa a la recuperación del concepto de "obediencia", ya que la Iglesia "no es un partido, no es una asociación, no es un club, su estructura profunda no es democrática, sino sacramental, y por lo tanto jerárquica".

Su visión crítica (o autocrítica, teniendo en cuenta su papel en el concilio, quizá mucho más influyente en los documentos aprobados que la de Küng, y mucho menos ante la opinión pública que el de este) se extendía a una visión abiertamente hostil a casi todos y cada uno de los aspectos de la modernidad. “Vemos cómo progresivamente se ha ido desmoronando la confianza que la modernidad tenía en sí misma; porque cada vez es más evidente que, con los avances, también hay más posibilidades de destrucción, que la razón ética del hombre quizá no haya crecido tanto, y entonces sucede que el hombre convierte su poder en poder de destrucción. Una idea de este género, según la cual la historia progresa siempre de manera necesaria, y por tanto la humanidad mejora siempre con ella, no pertenece al cristianismo”.

El 'gran inquisidor''

Ratzinger, arzobispo de Múnich desde 1977, conoce a Karol Wojtyla en 1978, durante el cónclave en que fue elegido Juan Pablo I. No es designado prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe hasta noviembre de 1981. Su primero paso es zanjar los trabajos de la comisión mixta que tenía muy avanzada la confluencia entre anglicanos y católicos. Su papel de guardián de la ortodoxia queda claro en 1983, cuando a la desaparición en el Código Canónico de la tradicional condena a la masonería le sigue una inmediata aclaración que recuerda que pertenecer a ella es "pecado grave".

El timonel de la barca

Ratzinger será recordado por su cruzada contra la teología de la liberación. La lista de teólogos represaliados, como Leonardo Boff o Hans Küng, es inacabable. Escuchando al acusado (cinco horas de entrevista con Boff) aunque sin contemplaciones, porque "la palabra de Dios no ha sido nunca amable y encantadora". Pero su papel como guardián de la ortodoxia fue aún más allá. En el año 2000, el año de la petición de perdón de Juan Pablo II, Ratzinger hería de muerte el diálogo ecuménico con su documento 'Dominus Iesu', que dictaminaba que la Iglesia católica es el "único camino de salvación". Y en el 2003, redacta el documento que da instrucciones a los políticos católicos para oponerse a las leyes sobre el aborto, la eutanasia o el matrimonio gay. Aunque en su

Decano del colegio cardenalicio desde noviembre del 2002, Ratzinger fue el verdadero gobernante de la Iglesia con la sede vacante. Si en otras ocasiones se tuvo que esperar a la misa inaugural del pontificado para conocer el programa del nuevo Papa, Benedicto XVI ya lo pudo exponer en los funerales de Juan Pablo II y en la misa previa cónclave, cuando dibujó el catolicismo como una "pequeña barca" zarandeada por corrientes que acabarán pasando: "Del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje, del colectivismo al individualismo radical, del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo". Porque, como dijo en una ocasión en Pamplona, en la presentación del libro entrevista con Peter Seewald 'La sal de la tierra' ante un grupo de periodistas a quien nos sorprendió por su actitud de diálogo autocrítico más que admonitoria, "un tiempo de retroceso puede servir para madurar nuevas fuerzas".

Pese a su disciplinada obediencia al papa polaco , Benedicto XVI no fue un Juan Pablo III (nombre que en una entrevista con Peter Seewald dijo que descartó explícitamente precisamente para subrayar su propio carácter como pontífice. Mientras sonaban los vientos wojtylianos de la "nueva evangelización" y las reuniones de masas entorno al carisma teatral del papa que había puesto algo más que un grano de arena en la caída del bloque comunista, ya en ese libro de 1996 se marcaba otro objetivo mucho más realista, si no pesimista. “Yo nunca me he imaginado dando un golpe de timón a la historia. Los caminos de Dios nunca conducen a resultados rápidamente mensurables, y eso puede comprobarse viendo cómo Jesucristo acabó en la Cruz. (…) No somos un negocio que se contabilice haciendo cálculos del tipo «estamos vendiendo mucho», «tenemos una buena política de ventas». Y aún más: "Quizá debamos abandonar las ideas de iglesia nacional o de masas. Es probable que estemos ante una nueva época de la historia de la Iglesia muy diferente, en la que volvamos a ver una cristiandad semejante a aquel grano de mostaza, que ya está surgiendo en grupos pequeños, aparentemente poco significativos, pero que gastan su vida en luchar intensamente contra el Mal, y en tratar de devolver el Bien al mundo; están dando entrada a Dios en el mundo".

Entre 1991 y 1993, Ratzinger sufrió pequeños derrames cerebrales, de los que se recuperó. En 1997 acababa así su autobiografía como cardenal: "Camino con mi carga por las calles de la Ciudad Eterna. Cuándo seré puesto en libertad, no lo sé". Decidió hacerlo él mismo, con su dimisión en febrero de 2013.


Esta es una versión revisada tras de la muerte de Benedicto XVI de un perfil publicado el 11 de febrero de 2013 con motivo de su renuncia como Sumo Pontífice

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