Limón & vinagre

Xavier Antich, un esteta entre el ruido

Su etapa al frente de Òmnium, después de haberse mostrado como uno de los intelectuales de más peso de la cultura catalana, es un ejemplo de responsabilidad más allá de las trifulcas en las que vivimos inmersos

Xavier Antich, presidente de Òmnium Cultural, durante la Nit de Santa Llúcia.

Xavier Antich, presidente de Òmnium Cultural, durante la Nit de Santa Llúcia. / Robert Ramos

Josep Maria Fonalleras

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En la despedida de una promoción de estudiantes de la Universidad de Girona, en 2016, el profesor Xavier Antich pronunció un breve discurso dirigido a los graduados de Historia del Arte. Les contaba la historia de Glenn Gould, el virtuoso pianista, el de las 'Variaciones Goldberg'. Cuando el músico era pequeño, unos 13 años, mientras trataba de aprender una fuga de Mozart se dio el caso de que "se puso a percutir una aspiradora junto al piano". El ruido era horroroso y hacía del todo imposible la concentración necesaria para "entender" la partitura. Sin embargo, Gould siguió tocando y, de aquella “unión accidental entre Mozart y la aspiradora”, salieron no solo unas notas aceptables, sino un ejercicio altamente plausible. "De repente", explicaba Gould, "sonó mejor de lo que habría sonado sin la aspiradora y, en realidad, las partes que no podía escuchar eran las que mejor sonaban". Entró en escena lo que el músico calificó como “el oído interno de la imaginación”. Los dedos tocaban de memoria, a pesar del caos del entorno.

Xavier Antich, en aquel discurso que podríamos llamar programático, expuso las líneas maestras de lo que significa el arte. "Un salvavidas contra el vacío", dijo. Entonces, todavía no había iniciado la parte más destacada de su carrera como hombre público que ha culminado con el cargo que ahora mismo ostenta, presidente de Òmnium Cultural, la entidad con más de 190.000 socios que es una de las protagonistas de la vida política del país. Entonces, pese a su militancia social, pese a su presencia en los medios, siempre dispuesto a debatir o hablar de libros, de cultura, de modernidad, todavía era lo que de hecho ha sido siempre: un profesor. En la más noble acepción de la palabra, un maestro. Como él mismo recuerda siempre que le preguntan, es hijo de un librero y una maestra de La Seu, y la combinación de la lectura y la docencia han sido la base de su actividad cultural. Profesor de Historia de las Ideas Estéticas y de Teoría del Arte en la UdG, quienes han sido alumnos suyos recuerdan "la manera con que convocaba los mundos posibles, tantos que eran difíciles de abarcar". Y hablan de sus clases como "un lugar de encuentro de emociones compartidas". Provocaba (y provoca, porque todavía da clases, por supuesto) la creación de una comunidad y la generación de un estremecimiento, lo que se experimenta cuando aquel salvavidas de la cultura sabes que salva el alma del naufragio.

Será por eso que su etapa al frente de Òmnium, después de haber pasado por el patronato de la Fundació Tàpies, después de habernos enseñado a pensar y a leer (en el suplemento 'Cultura/s' de 'La Vanguardia', en el 'Café de la República' con el añorado Barril, en 'El racó de pensar' de Catalunya Ràdio o en la mítica 'L’hora del lector' con Emili Manzano), después de haberse mostrado como uno de los intelectuales de más peso de la cultura catalana, es un ejemplo de responsabilidad más allá de las trifulcas en las que vivimos inmersos. Uno de sus libros se llama 'La voluntad de comprender', una recopilación de artículos que él mismo confiesa que fueron escritos, muchos de ellos, desde el Glaciar, el bar de la plaza del Rei: “A mí”, dice Antich, "el ruido no me molesta nada".

Y si algo tenemos ahora es ruido. Quizá sea por eso, por aquella “unión accidental entre Mozart y la aspiradora”, que es capaz de aportar notas de serenidad aparentemente inaudibles a un panorama de barullo fenomenal y de disputas cainitas. Antich, el pasado 11 de septiembre, en plena confrontación entre las diversas almas del independentismo (como ocurrió recientemente con la manifestación convocada por la ANC a la que no se sumó Òmnium), optó por un discurso sensato, lejos del ruido y el estropicio: “La fórmula de estos años ya no sirve”, dijo. “Necesitamos nuevas formas, nuevas sensibilidades y nuevas voces, porque no es cuestión de buscar culpables, sino cómplices”.

Marxista heterodoxo, como él mismo se adjetiva, aristotélico y lector profundo de Benjamin y de Lévinas, por citar solo dos, está preparando desde hace tiempo una reflexión sobre estética y política en la que seguro que habla de aquel verso de Keats. Belleza es verdad y verdad es belleza. El filósofo arrebatado en la defensa de los argumentos, calmado en la exposición, consciente de que la literatura es "una bandera por la dignidad", reclama, como hizo en la Nit de Santa Llúcia, "justicia y libertad, pero también belleza". Esto es todo lo que hay que saber en este mundo.

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