La espiral de la libreta

El euríbor, los alquileres y otras fantasmagorías

Regresan los pisos turísticos con un renovado esplendor de precios y noches jaraneras

Solo el 3,5% de los vecinos consideran un problema a los pisos turísticos

Solo el 3,5% de los vecinos consideran un problema a los pisos turísticos / Ricardo Rubio/Europa Press

Olga Merino

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En el vestíbulo de la finca donde vivo, un grupo de treintañeros, una media docena larga, conversa junto a sus equipajes. Unos de pie, los otros sentados, pero todos comiendo de la caja dos pizzas barbacoa. Transmutada en la vieja del visillo, averiguo: son guiris, parecen bastante educados y están aguardando a que el enlace del piso turístico acuda a traerles la llave para acceder al inmueble. Así es: tras el paréntesis de la pandemia, regresan a Barcelona los pisos turísticos con un renovado esplendor de noches jaraneras, colillas voladoras y el trasiego habitual de maletas y gentes de paso. Hace unos días, curioseé por internet las tarifas del piso de marras: 4 noches, 4 adultos, 1.600 euros. No está nada mal para el propietario. La vida fenomenal.

Mientras, sube el euríbor y se desmelena el precio de los alquileres, rondando los mil euros de media en la ciudad. Entre este párrafo y el anterior debería mediar un puente, una solución. ¿Cuál? Falta vivienda pública a manta.

En el cajero

En el banco, sobre el teclado del cajero, alguien se ha dejado un papelito blanco, del tamaño de un billete. Dice: «Saldo disponible insuficiente. Gracias por utilizar este servicio». No sé por qué la maldita máquina tiene que escupir, sin pedírselo, las fatigas de nadie.

En el supermercado

Una lechuga, medio kilo de pimientos, un brócoli, media docena de huevos, un puñado de nueces, jamón cocido, una cuña de queso bastante grande, dos botellas de agua, seis trozos de lomo fresco para la plancha, cuatro yogures, una botella de vino caliqueño. Total: 33,65 euros. Dicen que la inflación se ha desacelerado en octubre hasta el 7,3%, pero se percibe el zarpazo al poder adquisitivo, vaya que sí. Para mi fortuna, puedo regresar pasado mañana al súper para otra compra de apaño, sin lista, al buen tuntún. En otras casas, no.

En el parque

Cambio de armarios tardío en un otoño escamoteado. Los cuerpos y las ropas envejecen. Aprovecho el anochecer para deshacerme de un montón de camisetas deslucidas en un contenedor de reciclaje, arrinconado en unos jardines del barrio. Está oscuro. Un hombre se acerca diciéndome «tranquila, mujer, tranquila». Lo estoy; ha debido de malinterpretar mis gestos: suelo moverme deprisa, casi siempre alerta, como un gato. «¿Traes zapatos?», pregunta el desconocido, que calza chancletas de dedo. Le digo que no. Charlamos un rato. Su mujer cose; él busca y revende. La cosa está muy chunga, dice.

En la prensa

Leo en ‘La Vanguardia’ una entrevista de hace días al guitarrista y compositor brasileño Toquinho, en la que sugiere: «Hay que ensuciarse de vida. No te mantengas al margen». Una verdad enorme. Pero, lo quieras o no, la vida siempre tizna.

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