Gárgolas | Artículo de Josep Maria Fonalleras

La gula y las judías

En Les Grand Buffets todo es un colosal decorado, una ficción gastronómica en la que te dejas llevar

Restaurante Les Grands Buffets.

Restaurante Les Grands Buffets. / Les Grands Buffets.

Josep Maria Fonalleras

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Narbona era una ciudad muy importante en la época romana y en la Edad Media. Pasaba por allí la Vía Domitia; se conservan restos muy destacados. También está la catedral de los santos Justo y Pastor, una construcción imponente que fue núcleo del catolicismo medieval, con una provincia eclesiástica que se extendió hasta las diócesis de Girona y Barcelona. Tiene un pequeño canal navegable, un mercado (Les Halles) de primer nivel y un casco antiguo francamente agradable. Está a dos horas de Barcelona en tren de alta velocidad: si sales a las 9 de la mañana, puedes volver a casa a las 8 de la tarde. Puedes aprovechar para ir a comer a Les Grands Buffets, que es lo que hizo Ferran Imedio para un reportaje multimedia de EL PERIODICO. El restaurante, un buffet libre de lujo con un precio de unos 50 euros, es una absoluta exageración desde hace más de 30 años. Las cifras son mastodónticas: más de 1000 comensales cada día, más de 60 cocineros, más de 50 toneladas de ostras al año o medio millón de esos dulces tan delicados, los macarons. Y "montañas", como decía el compañero Imedio, de foie y de pasteles y de marisco.

Para entrar en este festival del exceso hay que pasar antes por una especie de galerías semidesiertas y con olor a cloro (hay un complejo deportivo al lado), en un barrio muy discreto en las afueras de la ciudad. Al entrar, te das cuenta de que todo es un colosal decorado, una ficción gastronómica en la que te dejas llevar por un deseo incontrolado de gula y una inmersión en los placeres de la carne, los de la comida y la bebida, por supuesto. De hecho, en Les Grands Buffets todo es escenografía. En el interior, con ese recargado estilo tan francés (suntuosidad y lámparas enormes que cuelgan del techo); en el exterior, un jardín falso, con falso césped y fuentes que manan ininterrumpidamente y que ocupa el espacio de una terraza convencional y amorfa. Esta "locomotora económica", como la ha llamado Xavier Febrés, crea la Ilusión de una comida fastuosa. El regreso en tren (recomendable) sirve para digerir y para dormir. Para rememorar ese lujo al alcance que pone a prueba la propia capacidad de contención digestiva y emocional. Y acabas deseando el regreso a las cotidianas judías hervidas, con un chorro de aceite de oliva.

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