La espiral de la libreta

La playa donde fusilaron al general Torrijos

Alguien debería escribir de nuevo ‘La colmena’, del ladrillazo para acá

'El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga', cuadro de Antonio Gisbert

'El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga', cuadro de Antonio Gisbert / Museo del Prado

Olga Merino

Olga Merino

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El aeropuerto de El Prat, a reventar. Los líquidos, las bandejas, quítese el cinturón, tire la botella de agua, la voz carcelaria que trata de poner orden: «No se amontonen, pasen a la cinta del fondo». El low cost y la sospecha han triturado, hasta convertirlos en papilla pegajosa, los versos de Cavafis, el griego de Alejandría, sobre la belleza del viaje, mucho más delicioso, más pleno de aventuras y conocimiento que el destino en sí. En la cola de embarque, un hombre en la cuarentena conversa por el móvil sobre inmuebles en la Costa Sol, campos de golf, subastas, proindivisos, fondos de inversión… Idéntico viaje con destinos galácticamente distantes.

El azar nos coloca en la misma hilera de asientos, separados por su novia o amiga, que va leyendo una edición amarillenta de La colmena, la mejor novela de Cela, sobre la sordidez de la posguerra en Madrid. Alguien debería narrar sin piedad La colmena de la última década en España, más o menos desde el ladrillazo hasta la postpandemia inflacionista, el abigarramiento de abejas obreras, zánganos y reinas. El zumbido de la confusión.

La ciudad efervescente

Málaga vibra, pero no sé bien qué hago aquí ni quién soy en estas 24 horas comprimidas. Otra ciudad, otro hotel, otra almohada, gorda como una boya de señalización marítima. Antes de regresar, haciendo un hueco de camino al aeropuerto, le pido al taxista que me acerque a la playa del Ángel por verla durante cinco minutos, aunque no hay mucho que contemplar más allá del mar dócil, bañistas y alguna palmera. Aquí, sobre esta misma arena sucia, fusilaron al general Torrijos, junto a 53 compañeros, el 11 de diciembre de 1831, después de que acometieran la quijotada de arribar a Málaga por barco desde Gibraltar para alentar una insurrección en el sur contra el absolutismo de Fernando VII. Cayeron de patitas en el cubo de una emboscada (el Museo del Prado conserva el cuadro en que Antonio Gisbert recrea la escena). A Torrijos, héroe de la guerra de la independencia, «caballero entre los duques, corazón de plata fina», le dispararon por la espalda y de rodillas, como a los traidores.

Otra vez, el sueño liberal truncado.

El mejor libro de los últimos tiempos sobre esa etapa convulsa lo ha escrito el novelista e historiador Alfonso Mateo-Sagasta: Nación (Reino de Cordelia). Con una tesis revolucionaria que se coloca en fuego cruzado: España no existía antes de 1837. Nada. Ni imperio grande ni chico. Tan solo una monarquía cuya principal razón de Estado era la defensa del catolicismo.

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