Artículo de Álex Sàlmon

Un independentismo ridículo

Tras el boicot de una minoría radical en el homenaje a las víctimas del 17-A, es interesante analizar en qué momento se encuentra aquel ‘procés’ de 2017. Sobre todo, de cara a las municipales

Quinto aniversario de los atentados de Las Ramblas

Quinto aniversario de los atentados de Las Ramblas / EFE / Alejandro Garcia

Álex Sàlmon

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No dudo de que exista un independentismo consciente de sus limitaciones, realista ante según qué situación y pacífico, no solo en su actitud física, sino sobre todo en su acción mental. Existe. Lo conozco y es discursivo. Se puede entablar conversación y disquisiciones intelectuales no coincidentes, por supuesto, pero constructivas. Diríamos que de respeto.

Sin embargo, hay otro tipo de independentismo que siempre existió, aunque subyacente, que jugó con las revueltas de las sonrisas mientras todo le iba a favor ya que solo debía dejarse llevar, pero que ocultaba un odio feo. De esos que se enquistan y pueden ir dirigidos contra la suegra o contra España. 

Ese tipo de independentismo es el que se reunió la pasada semana en la Rambla e hizo enrojecer de vergüenza a una sociedad entera al profesar gritos contra, ¡a saber contra qué!, en el momento de homenaje a las víctimas del atentado del 17-A.

Es difícil encontrar un razonamiento que justifique o dé sentido a esa acción. El grupo, aunque minoritario, argumentaba que el acto terrorista estaba lleno de puntos negros y que era necesario saber más. Los interrogantes fueron puestos en bandeja por el que hasta hace dos días era el enemigo número uno del ‘procés’, llámese Villarejo, al alentar de que todo había sido un montaje que se les había ido de las manos del terrorífico Estado español contra Catalunya.

El estilo Villarejo, que ya podemos calificar de ‘cloaquero’ con efecto bumerán, caló en este colectivo por un interés: era la evidencia de que España es el demonio.

A esta situación lamentable que produce repulsa, pero también una profunda tristeza, se unió la presencia de la actualmente denostada Laura Borràs que, sin lanzar ningún grito, se acercó a los que mostraban las pancartas que ponían en duda al Estado con el eslogan ‘Exigimos saber la verdad’.

La relación entre una acción y otra no fue producto de una invención, como ha pretendido explicar durante estos días la sustituida expresidenta. Tanto unos como la dirigente política son la representación de una radicalidad exagerada que solo busca construir una imagen de una España denostada y gris. La misma idea que lleva construyendo hace años un tipo de independentismo y cuyo objetivo ha fracasado.

La imagen más plástica y clara de lo que representa esta forma de actuar se dibuja con el rostro del popular señor de la barba y la guitarra, de pasadas reconocidas actuaciones, como aquella donde entonada el ‘Bella Ciao’, un himno de la resistencia partisana contra el fascismo, junto a Pilar Rahola. Olvidaron que los partisanos fueron democristianos, comunistas, liberales, socialistas, monárquicos y anarquistas, unidos contra el totalitarismo, y, además, puesta de moda por una serie española, ‘La casa de papel’. Pero poco importa.

Por todo ello, este tipo de independentismo ha perdido su automedalla pacifista y, con lentitud, pero paso a paso, se ha convertido en algo antipático capaz de boicotear un minuto de silencio con los familiares de las víctimas presentes.

Puede que en la acción del pasado miércoles exista orgullo. La ceguera en la que están sumidos algunos de estos individuos los conducen a no tener una imagen de la realidad certera. Solo así se entiende la imagen que ofrecieron.

Y también se entiende que la mayoría del independentismo haya rechazado la acción. Llegado a este punto es interesante analizar en qué momento se encuentra aquel ‘procés’ de 2017. Sobre todo, de cara a las municipales. Las políticas en las ciudades y los pueblos no se hacen con canciones libertarias o boicots anodinos. Los ayuntamientos precisan de menos lírica y más concreción.

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