Una revelación que no llega
Pensamos poco en los hechos de la vida doméstica, que llevamos a cabo como robots, como máquinas
Juan José Millás
Escritor.
La muerte ocurre todos los días y todos los días nos extraña. A la vida, en cambio, le prestamos poca atención. Vamos del dormitorio a la cocina como sonámbulos, sin reparar en los sutiles cambios de temperatura que se producen en el trayecto ni en la evolución de los olores. Ni siquiera somos sensibles al volumen de nuestro propio cuerpo al atravesar ese espacio doméstico que con el tiempo ha devenido un espacio moral.
-Me voy a fregar los cacharros -digo, y me levanto del sofá en el que he dado una cabezada de 10 minutos.
-Colócalos en el lavavajillas -sugiere mi mujer.
Pero yo prefiero fregarlos a mano, como una forma de ascesis. Me gusta, sobre todo, la concavidad exagerada de los platos hondos. La misma expresión “plato hondo” me llena de estupor. No pienso en una hondura física, sino en una profundidad filosófica. Los platos hondos, en los que de pequeño tomaba la sopa de letras, tenían un misterio.
Aquella hondura resultaba incómoda. Me tomaba la sopa sobrecogedora para descubrir el fondo del plato, siempre decepcionante y siempre insólito. Recuerdo estas escenas remotas mientras paso la esponja por las suaves curvas de los platos hondos de hoy. Me gusta la espuma que levanta el jabón líquido. Me complace aclarar el plato, que luego reposa reluciente sobre la encimera. Hay una interrogación en la forma de los platos hondos.
En fin.
Pensamos poco en los hechos de la vida doméstica, que llevamos a cabo como robots, como máquinas. No nos fijamos en el remolino que forma el agua al escapar por el sumidero. ¿Por qué adopta esa forma? ¿Por qué en el hemisferio norte gira en la dirección de las agujas del reloj y al contrario en el hemisferio sur? Pienso en mi antípoda, que estará ahora fregando, como yo. Tal vez pudiera hablarle.
-Hola, antípoda -digo en dirección al desagüe.
Mi mujer entra en la cocina y me pregunta con quién hablo. Le digo que con mi antípoda.
-Ya -dice ella-. Luego ponle de comer al gato.
Y así pasan los días, a la espera de una revelación que no llega.
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