Artículo de Antón Losada

El bribón errante

Juan Carlos ha vuelto porque pretende quedarse a vivir para siempre en el 'juancarlismo', cuando la Justicia debía ser igual para todos

El bribón errante

El bribón errante / Leonard Beard

Antón Losada

Antón Losada

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En realidad, Juan Carlos I no ha regresado a España, ni siquiera a Sanxenxo o a Galicia, que no tienen culpa y únicamente son daños colaterales. El Emérito intenta un regreso al pasado. Lo importante no es el destino sino el trayecto. Se trata de hacer un viaje en el tiempo. Volver a antes de que todo se torciera, cuando todo nos llenaba de orgullo y satisfacción, a antes del caderazo a la caza de los elefantes perdidos, a antes de conocer los regalos millonarios a la amiga especial que le partió el corazón, a antes de las regularizaciones fiscales a cada cual más irregular. 

En su cabeza seguramente aún continúa pareciendo una buena idea. A la gente le gustan las historias de reyes en apuros y las fábulas sobre su redención. La suya tiene todos los ingredientes si se saben manejar: un rey injustamente vagabundo retorna al hogar al final de sus días, entre aclamaciones de un pueblo que sabe perdonarle sus faltas y pequeñas miserias plebeyas sin necesidad siquiera de excusarse pues la historia ya le ha juzgado y le ha absuelto por sus gestas.

Pícaro y algo truhán, pero noble y simpático en el fondo, Juancar retorna para protagonizar la entrañable historia del bribón errante; el Emérito que cobraba comisiones a los ricos para repartir campechanía entre los pobres; cosas de reyes que, en el fondo, solo hicieron daño a un par de jeques podridos de petrodólares. Rodeado de los caballeros más nobles de su corte, llegaba la hora de hacerse a la mar una vez más entre el cariño de sus súbditos, fatigado pero entero, navegando hacia el atardecer como si nada hubiera pasado y todos siguiéramos siendo felices comiendo perdices.  

Antes exiliado que discreto es el lema. Toda la escenografía parece diseñada para presentar una cuidada serie de coronas al más puro estilo Netflix. Pero la historia siempre se repite con los Borbones y les está saliendo una serie B como aquellas que se rodaban en España a precio de saldo durante los años de su exilio en Estoril. 

Las escenas de masas se han quedado en grupos de Whatsapp, con más periodistas y frikis que extras esperando el bocadillo en el rodaje de 'El Cid' de Charlon Heston. Rodeado de personajes que parecen sacados de un 'casting' para una versión pospandemia de 'La Escopeta Nacional' del maestro Luis García Berlanga, el Emérito se lleva la mano al corazón y levanta el pulgar en un gesto que da más pena que gloria. La historia continúa siendo la del bribón errante, pero ya no significa lo mismo sino, más bien, justo lo contrario.

Juan Carlos ha vuelto porque pretende quedarse a vivir para siempre en el 'juancarlismo', cuando la Justicia debía ser igual para todos. Pero el público de esa franquicia ha envejecido igual de mal o peor que su protagonista. A la monarquía le quedan los 'boomers', sus padres y la España muy de derechas. Mal comienzo cuando tu misión reside en simbolizar la unidad nacional. El estreno de la primera entrega ha ido tan mal que la Casa Real ya ha avisado que puede que no haya secuela con imágenes el lunes en la Zarzuela como se había previsto. Felipe VI ha despejado la duda sobre si la escenografía dispuesta por su padre era solo para nosotros o también para él al darse por aludido de manera tan notoria.

Desde aquel comunicado hecho público poco más de 24 horas después del primer estado de alarma provocado por la pandemia, Felipe VI ha invertido la mayor parte de su esfuerzo en completar una cirugía intensiva de separación de cualquier herencia imputable a su padre. Ha hecho cuanto ha podido para presentarse como un monarca diferente a fin de tratar de devolver a la institución al centro de la sociedad española, liberándola del asfixiante abrazo del oso que le empuja a la derecha y, de paso, evitar dar más explicaciones sobre qué sabía de los negocios paternos. 

Un único día en las regatas ha bastado para ver cómo se iban por la borda tanto esfuerzo y tanta planificación para parecer exactamente lo contrario. Cuesta imaginar una manera más cruel de recordarle a su propio hijo que, si está ahí y le llaman rey, se debe a la herencia de la cual tanto ansía separarse. Y ni siquiera es lo peor. Lo peor es que puede volver a hacerlo cuando quiera.

Suscríbete para seguir leyendo