Macron frente al abismo
Andreu Claret
Periodista y escritor. Comité editorial de EL PERIÓDICO
La reelección de Emmanuel Macron como presidente de Francia ha alejado el fantasma de un Brexit tricolor que hubiera sido letal para Europa y que podía haber colocado al país en puertas de una confrontación social de inéditas consecuencias. De ahí que su victoria haya sido más celebrada fuera de Francia que dentro del propio país. Desde Joe Biden hasta Ursula von der Leyden, y desde Volódimir Zelenski hasta Pedro Sánchez y la mayoría de los líderes europeos, ha supuesto un respiro. Sin embargo, nadie se muestra optimista, empezando por el propio Macron, respecto a su segundo mandato. Los más de 13 millones de votos obtenidos por Marine Le Pen constituyen un aldabonazo para la tradición política francesa y revelan una insólita capacidad de una extrema derecha desacomplejada para expresar el descontento de amplios sectores de la sociedad francesa, incluidos una parte de aquellos que hasta ahora se manifestaban desde la izquierda.
Es estas circunstancias de desgarro social y político, las elecciones legislativas previstas para los 12 y 19 de junio cobran una importancia singular. De hecho, tanto Le Pen como Jean-Luc Mélenchon, contrincantes de Macron desde la derecha y la izquierda, empezaron la campaña la misma noche electoral. Le Pen, para pedir una revancha que se antoja difícil tras el resultado cosechado, tan valioso como frustrante, al constituir la tercera derrota consecutiva de un Le Pen (contando la del padre de Marine, en 2002). Mélenchon, para presentarse como candidato a primer ministro si su formación obtiene los escaños suficientes en el parlamento, un objetivo que tampoco resulta fácil teniendo en cuenta la radicalización de sus posiciones y los recelos que levanta fuera de su propio espacio. Aun así, no es del todo imposible, teniendo en cuenta la querencia de los franceses por lo que llaman la cohabitación: la coexistencia de un presidente de derechas (o izquierdas) con un primer ministro de izquierdas (o derechas). El último caso, cuando Jacques Chirac presidió el país, a finales de los noventa, conviviendo con un jefe de gobierno socialista (Lionel Jospin).
Como él mismo reconoció, Macron ha ganado con muchos votos prestados. En consecuencia, tampoco parece en condiciones de obtener un resultado en las legislativas que le permita nombrar un primer ministro sin pactar con otras formaciones. Siempre que esto ha sucedido, Francia ha recurrido a la cohabitación, con un resultado no necesariamente malo. François Mitterrand tuvo de primer ministro a Chirac y luego a Édouard Balladur. ¿Será posible, ahora, esta cohabitación, para superar, o al menos maquillar, la fractura que padece el país?
Impossible n’est pas français (nada es imposible para los franceses) se decía, en tiempos de Napoleón, pero la práctica desaparición de los partidos tradicionales (derecha clásica y socialistas) no facilita la tarea. Cohabitar con Le Pen parece imposible, incluso para los franceses. Y no es seguro que hacerlo con Mélenchon fuera a dar al país la estabilidad que necesita. No obstante, sin algún tipo de acuerdo, la presidencia de Macron podría asomarse a un abismo que dejaría en un juego de niños el conflicto de los chalecos amarillos.
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