Licencias de edad

La corrosiva martingala del Parlament

El dinero público es más dinero, tiene más valor, precisamente porque es de todos y cada uno de los ciudadanos

Barcelona 03 05 2018 Pleno del Parlament de Catalunya En la imagen despacho del President  Fotografia Albert Bertran

Barcelona 03 05 2018 Pleno del Parlament de Catalunya En la imagen despacho del President Fotografia Albert Bertran / Albert Bertran

Marçal Sintes

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El escándalo del Parlament, con unas cuantas decenas de funcionarios cobrando sin trabajar, resulta absolutamente corrosivo y contribuye a acrecentar un poco más la enorme desconfianza, el desprecio incluso, que los ciudadanos sienten por los políticos y la política. El caso es absolutamente corrosivo porque es muy sencillo de entender y puede explicarse con muy pocas palabras. Es imposible emborronar la comprensión de lo sucedido a base de abstracciones, ponderaciones y matices, como se hace habitualmente. Los hechos son claros y directos. Por si fuera poco, otra de sus características es que la iniquidad puede medirse en abultados salarios, lo que la convierte en sangrante y dolorosa, pues el ciudadano sabe perfectamente lo mucho que le cuesta ganarse la vida.

Lo ocurrido pudo ocurrir porque muchos callaron. Desde 2008 hasta ahora. Callaron hasta que un periódico -gracias, compañeros del diario ‘Ara’- preguntó. Pasaron y pasaron los meses, pero finalmente tuvieron que soltar la información que se reclamaba. Todos los presidentes de la Cámara lo sabían y sabían que lo que pasaba es una fechoría. La prueba está en que nadie, ni uno solo de los presidentes implicados -Ernest Benach, Núria de Gispert, Carme Forcadell, Roger Torrent y Laura Borràs- ha sido capaz de defender las llamadas eufemísticamente ‘licencias de edad’ (que todos ellos sin excepción concedieron). Una vez destapada la maquinación, se han limitado a balbucear excusas y escurrir el bulto, y, en el caso de Borràs, además, a prometer enmienda.

Intento hacerme una idea de cómo es posible que las cosas llegaran tan lejos. Probablemente la idea inicial era aplicar la martingala de forma quirúrgica y limitada. Pero una vez abierta la puerta, esta ya no pudo cerrarse. Y la bola de nieve con los años devino gigantesca, indigerible. Contribuyó a ello seguramente el poder que acumulan los funcionarios en las administraciones públicas, poder que amedrenta a los políticos, que no quieren problemas y, no lo olvidemos, siempre están de paso. Añado un tercer elemento, el peor a mi modo de ver: el desprecio por el dinero público. La creencia -consciente o no- de que los fondos públicos no son de nadie, que es un dinero que vale menos, casi billetes del 'Monopoly'. La decencia, por contra, se halla justamente en la idea contraria: el dinero público es más dinero, tiene más valor, precisamente porque es de todos y cada uno de los ciudadanos. Por descontado, si los gastos de la Cámara catalana los hubiera estado examinando un órgano externo e independiente, no nos hubiéramos enterado tantos años y tantos millones de euros después.

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