Tercera edad y salud mental

Sola

Importa que mucha gente se haya atrevido por fin a explicar su ansiedad y sus problemas, porque han tenido que pasar muchos traumas para que se caigan los tabúes

Una anciana, en una residencia de ancianos

Una anciana, en una residencia de ancianos / CARLOS MONTAÑÉS

José Luis Sastre

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En mi bloque vive mucha gente, pero muy pocos somos vecinos: la mayoría son turistas que vienen al centro de la ciudad a pasar los días y a alargar sus noches. Vecina es la mujer del segundo, que ha vivido aquí más de ochenta años y asiste ahora al trasiego de extranjeros que le preguntan si el suyo es el piso que han alquilado. Ella lo cuenta extrañada, porque ella a veces se presenta en casa y llama al timbre a deshoras para explicarte las pintas que llevaban unos que supone italianos o ingleses o para contarte que ha bajado al patio a regar las aspidistras, que si no fuera por ella estarían muertas, o para pedirte que entres a mirar la caldera que le hace un ruido raro y no duerme tranquila por mucho que el técnico viniera ayer y hubiera venido la semana pasada. 

Ella en verdad no quiere hablar de las plantas ni de la presión de la caldera ni de un vecindario desquiciado que ha acabado por ser su única visión del mundo, porque apenas sale. Ella se presenta en casa para hablar contigo. Porque está sola. Porque vive en el centro de la ciudad más poblada del país, en un bloque por donde no dejan nunca de desfilar tipos de toda ralea, y está sola. Y tiene miedo de morir sola. Lo sé porque lo dice con esas palabras o con frases que parece que no pesen y que en cambio suelta con tanta tristeza que solo le salen con una sonrisa. Frases como a ver quién se entera el día que yo me muera o a ver lo que hacen conmigo. O de mí no va a quedar ni el recuerdo.  

Esas cosas dice y otras por el estilo, pero también dice que nadie la oye y que nadie la ve. En eso lleva razón, aunque sea mentira. Tiene quien la cuide y quien pase a verla, pero siente que lo hacen por obligación y así no vale. Ella se siente una carga, que es la manera más profunda de sentir la pena: pensar que sobras. Por eso en realidad está sola, porque una cosa es tener gente alrededor y otra tener a alguien y hacerle falta. Está sola sin saber que hay tantos igual que ella, en pisos iguales que este, en los que el tiempo avanza segundo a segundo y el silencio puede hasta tocarse, como si cada objeto aguardara a que llegue el momento. Personas a miles que temen que cuando ese momento les llegue y se mueran nadie los eche a deber. 

Ella se malhumora y hace años nos hubiéramos tenido a maltraer, seguro, porque aún conserva el arrebato de que las cosas sean porque sí, pero el tiempo no está para discusiones. El tiempo, más que pasar, se descuenta. Oí que una tarde se lo contó a una visita: yo ya estoy a la espera y tranquila, pero vacía. Y estar vacío es lo mismo que no estar; es resbalar por la vida. Por eso importa que mucha gente se haya atrevido por fin a explicar su ansiedad y sus problemas, porque han tenido que pasar muchos traumas para que se caigan los tabúes. Y que llamemos depresión a la depresión y suicidio al suicidio. Hemos aprendido, pero seguimos todavía sin ver ni oír lo solos que están aquellos a los que damos por acompañados. Que la soledad también es una pandemia y tiene nombre. Feliz Navidad.

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